14/3/11

otra de maestros.....
















Se llama Kiuko Shyuzuke, aunque tras más de cinco años en India siguiendo las doctrinas brahamánicas, cambió su nombre por Do Do. Dudu, para los amigos. Lo conocí en Guatemala, más concretamente en San Pedro de Atitlán, y bien puedo decir que mi vida ya nunca volvió a ser la misma tras conocer a esta especie de maestro. Dudu trabaja de jardinero zen en California, y su estancia en Guatemala no fue más que un fruto de casualidades tan curiososas y complejas como las que me habían llevado hasta ahí a mí también. El destino, el karma, vete a saber, lo cierto es que para un servidor, el estar cerca de las enseñanzas de Dudu, fue sin duda alguna, ahora puedo afirmarlo con el tiempo, el boceto de lo que sería una nueva persona. Borró la desconfianza, el rencor, me hizo crecer... y también perder una gran parte de mis miedos. Le comentaba en broma no hace mucho por correo, que su presencia en mi vida fue como la de un tunel de lavado de almas.

Dudu no es un gurú al uso, ni se plantea ejercer como tal, supongo que es su actitud frente a la vida lo que le convierte en maestro involuntario a quien se quiera fijar un poco.


Siempre curioso, nunca parecía avergonzarse por preguntar una palabra que no comprendía, por saber si tal o cual vegetal era comestible y de que manaera cocinarlo. En su pequeña libreta iba apuntando las expresiones coloquiales: hondureñas, "chapinas", guatemaltecas, canadienses, tacos españoles, franceses o israelíes, apuntando su significado con esa increíble caligrafía nipona. Preguntaba dos y tres veces hasta cerciorarse de que su pronunciación fuera la adecuada. Usaba esas expresiones siempre para hacerte sentir un poco mejor, como muestra de respeto..., al segundo día de conocernos ya me dio los buenos días con un "he dormido de puta madre" apuntado en su libreta desde tiempos atrás, que dicho con su acento japonés, hacía que te murieras de risa. Me propuse, el tiempo que estuviera con Dudu, intercambiar palabras del japonés al español.

Es sorprendente de lo que somos capaces si ponemos un poco de atención, cariño y dedicación a cualquier empresa. Me enseñó que es preferible hablar muy poco pero con correción, que dárselas de políglota y destrozar un idioma y la sensiblidad del que escucha.


No dudaba en probar los platos que cocinábamos, siempre que no hubiera un animal muerto en ellos, pero al final todos acabamos adoptando su especial manera de comprender la alimentación. Ir al mercado de San Pedro con él fue una autentica revolución mental: Dudu se interesaba por todos y cada uno de los vegetales, de las frutas y de las especies que pueden llegar a poblar un mercado situado en un país fértil y tropical como Guatemala. Un servidor, que ya llevaba tres meses y aún no había probado ni el treinta por ciento de ellos, me encontré casi obligado a desesperezar el paladar. Me enseñó a que se puede comer en cualquier país del mundo, sin sobresaltos ni peligros con tan solo poner un poco de voluntad. Es cuestión de desterrar esas manías que arrastramos desde la infancia. -esto no me gusta, esto no lo pruebo....


Muchas veces pensé que él lo había tenido más fácil: criado en el casco antiguo de Kioto, su familia lleva residiendo en la ciudad imperial desde hace más de cuatrocientos años. Su padre, su abuelo, su bisabuelo, que fueron mestros de caligrafía, le inculcaron una manera de actuar, de interelacionarse, que para un mediterráneo resulta desconcertante. Educado hasta extremos increíbles en el respeto a cualquier forma de vida, cuando me escuchó decir que había que matar a las malas hierbas, casi se muere de risa: - hierbas malas, ja ja, no hay hierbas buenas o malas- decía sin para de reír.

Siempre parecía interesado en los problemas de los demás, escuchando con atención y sin interrumpir y no le ví dar un sólo consejo gratuito. Al contrario que muchos viajeros, tampoco lo escuché alardear de sus trayectos, peripecias o "hazañas". Discreto, amable, no podía comer sin invitar a quien estuviera a su alrededor. Honrado y confiado como pocos su casa siempre estaba abierta para todos. Seguro que tenía problemas, como todos, pero como pocos, apenas me explicó un par de sus cuitas que tenía en la cabeza. A pesar del caos que a veces podía reinar a su alrededor, nunca le ví perder la calma y siempre, siempre, pasara lo que pasara, no dejaba de realizar su puja, su oración vespertina, de la que siempre salía con una gran sonrisa. Me sentí honrado por su confianza......

Cada vez veo a mi alrededor más gente maleducada, más gente servil hasta extremos vomitivos, cínocos y desconfiados, cada vez escucho más gente explicando sus problemas sin pensar si merecen ser escuchados por los demás, más gente que grita, que se insulta, tanto en la calle como en los medios, más gente a quienes sólo le importa su propio yo. Gente con manías, con fobias y perezas, gente que alardea de su ignorancia y desdeña el conocimiento.

Estamos rodeados de chinos y pakistanís y me atrevo a decir que la casi totalidad de los barcelones no saben dar las gracias o los buenos días en sus idiomas...., exigimos que aprendan los nuestros, pero parece ser que se carece de la mínima curiosidad, de la mínima empatía por conocer algo más del Otro.

Echo en falta a este amigo y maestro, y cada vez que estoy a punto de contestar con brusquedad, cada vez que siento pereza por tener que aprender algo nuevo, cada vez que voy al "chino" o al "badulake", intento parecerme un poco más a él. Supongo que así deben ser los maestros, modelos involuntarios a los que el alumno debe acercarse por voluntad propia, no por imposición.


Hablé con Dudu unos días después del terremoto, me dijo que su familia bien, que sus amigos bien, que Kioto está lejos del desastre... como siempre, tranquilizando a los demás.