17/3/10

A Don Miguel

Y se murió tal y como había vivido: sin estridencias, ni pompas; con discreción, silencio y rodeado de quienes le amaban: que eso ya es mucho pedir en un país donde los suicidios anticipados son carnaza para la televisión y los cadáveres de según quien son vendidos al mejor postor para regocijo público. Me da una vergüenza enorme escribir algo acerca del maestro Delibes, y nada puedo decir de él que no esté dicho ya, pero puedo contar lo que supuso su descubrimiento por parte de un lector novel.
Un hombre del pueblo, al que sólo vi una vez en televisión, extraño parece, cuando hasta personas sensatas se descuelgan diciendo que si no sales en TV no eres nadie, (por lo tanto deben creer que cuanto más apareces, da igual haciendo el qué, mas eres). Un hombre, que a pesar de su inmensa sabiduría, no participaba en esas peleas de gallos en celo que llaman ahora debates, donde nadie escucha y lo importante es decir lo que sea, pero más alto que el otro, con más malos modos, y si es sin educación, prima doble. Un hombre que se dedicó "tan sólo" a escribir.
Se ha ido un hombre que me enseñó cientos de palabras nuevas, y mucho más; una manera sensata, hermosa y correcta de ordenar esas palabras, dándole una nueva dimensión a mis primeras lecturas hasta convertirse en un autor de referencia, para mí, del pasado siglo en España, un país que por cada genio que alumbra, defeca cientos de miserables.
Como era poco dado a entrevistas y a publicitarse, los que lo amamos debimos conformarnos con entrever parte de su ser en sus personajes, y de éstos, sin duda, me quedo con Pacífico: amante de la naturaleza e impertérrito espectador del odio que es capaz de generar el ser humano.
Mi deuda con Don Miguel viene de lejos; recuerdo el día en que mi madre me recomendó dejar ya las lecturas de adolescente y atreverme con algo más serio. Recuerdo la desilusión enorme al pensar en los estúpido que debía ser por no gustarme, ni poder entender, a Pío Baroja, Camilo José Cela, Unamuno, Faulkner, Conrad..., hasta que llegó a mis manos, ya casi desesperado y decidido a no leer nunca más, ya se sabe la vehemencia con la que nos tomamos la vida a los 17 años, un ejemplar de El príncipe destronado. "Una novela de niños, lo que faltaba", pensé. No sólo fue el poder entender lo que ahí se narraba: sin con Los hijos del capitán Grant, Los viajes de Gulliver o Kim de la india, los autores habían conseguido llevarme sin esfuerzo a todos los confines de la Tierra y vivir mil aventuras, con Don Miguel aprendí a viajar al interior del alma humana, a entender que se cuece en ese caldero que llamamos corazón. Entender a Don Miguel, y gustarme, representó el empujón definitivo a perder el miedo, que no el respeto, a otros autores, aprender que no debía ir muy lejos para experimentar con escritores y poetas superlativos, pues todos los tenía al alcance de mi mano; a respetar cualquier libro que lleve editándose más allá de la desaparición de su autor, algunos incluso tras más de tres mil años, a aprender la diferencia entre un best-seller, un libro que debe gustar a todos, al verdadero libro: ese conjunto de palabras donde el escritor pone parte de su alma y su saber, que puede gustarte o no, entenderlo o no, (hay libros para todas las edades), pero que consiguen, algunos, formar parte de tu vida de una manera perpetua.
Al recuperar este artículo escrito por Don Miguel en 1962 acerca de los funerales, pretendo nada más acercaros un breve boceto de este personaje y animar al personal a leer...., leer, aunque cuesto entenderlo a la primera, o a la segunda. Hacer como poco, un parte del esfuerzo que el escritor tuvo que hacer para elaborarlo, enriquecerse....

Hoy sólo quiero ocuparme de los entierros: de los entierros a la Federica, con carrozas barrocas, caballos empenachados y aurigas con peluca, que es como se hacen los entierros en mi pueblo. Uno está, más bien, contra los formalismos falaces. Uno aboga, en suma, por los entierros sencillos, minoritarios, donde el que vaya, vaya por sentimiento y no por educación. Tal vez así se evitaría que en los entierros se hablara tanto de fútbol y que, a la hora de partir, el difunto se encontrara solo por aquello de que los muertos son los únicos hombres puntuales del país
Tal vez fuera una coincidencia que unos versos del maestro Quevedo se asomaran entre mi tristeza a la hora de despedir a mi madre hace años en esa incineradora horrible de Montjuic: los mismos versos que de alguna manera me ayudaron a confortar mi penita, fueron recitados en su responso, y yo, tonto de mí, pienso que nada es casual.
Buen viaje Don Miguel.


"...serán ceniza, más tendrán sentido;


polvo serán, más polvo enamorado.

3/3/10

A un merluzo.....

Nos dejamos llevar por las apariencias, al menos eso parece viendo como nos tratamos en esta tierra donde es más importante el dinero que tienes o el tamaño del cocodrilo en la pechera. Y ésto en el mejor de los casos: desaparecidos para siempre, gracias a televisió, maestros y periodistas; los términos usted, por favor, o buenos días, son reemplazados po gruñidos o el típico eh!, tú, vale o silencios maleducados, que a uno, que de por sí es de carácter pacífico, le entran ganas de volver a Guatemala donde hasta para atracarte a punta de pistola te tratan con respeto y educación. "Buenos días tenga usted licenciado, ahorita mismo, si es tan amable, me regala su plata, por favor. Muchas gracias y vaya con Dios".

Me enseñaron que cada uno debe trabajar y que hay trabajo para todos y de todos los colores. Que alguien debe hacerlos, y que mientras éstos se hagan con respeto y dedicación, todos, absolutamente todos los trabajos merecen la misma consideación: desde el minero al doctor, del barrendero a la ama de casa, pasando por abogados y traficantes de droga.
Tengo un trabajo sencillo, creo que si dedicara el tiempo suficiente, podría amaestrar a un mandril para que lo realizara por mí; sería curioso ver un mono cabreado, de culo rosado y grandes colmillos, yendo de aquí para allá en una moto...., tal vez esa idea ya la tiene algún afamado empresario. Pues estaba en lo mío y fui a parar de morros con un tipo que me hizo recordar que el planeta es un lugar maravilloso poblado de gente buena, así que le estoy agradecido por subirme la moral y a él van dedicadas estas letras.
El tipo seguro que tiene varios master de todo y más, su sueldo debe cuatruplicar el mío y como no lo conozco a fondo, debo de suponer de él que es buena persona y amante de los animales y todo eso. Se dirigió a mí al verme pasar frente a su despacho, no le pido que me hable de usted pues tan sólo debo tener diez años más que él, pero tampoco es mi amigo. -"Oye tú, espera un momento que tengo de darte una cosa". Obviando el tuteo, me dolió más el de, que el tú. Debería hablar bien cuando alza la voz, por lo menos. Acto seguido empezó a explicarme una gestión, (un registro público), con pelos y señales. Fue ahí donde mi mente empezó a viajar; tan sólo mi mirada puesta en sus labios me indicaba que ese merluzo me seguía hablando.
Viajé a Belihya, un pueblecito en el Terai nepalí y recordé a Jaume, Mikka y Hans, y de como me alegró recibir un correo de la parejita holandesa hace pocos días recordándome, medio en broma, medio en serio, que hace un año les serví de guía durante una noche a través de 17 quilómetros interminables: realizados a pie y de noche, durante las huelgas, piquetes y consecuentes revueltas que casi incendian el valle del Terai la primavera pasada. Pueden ustedes imaginarse el espectáculo: primero una huelga general que paraliza el tráfico de camiones con India, el ejército viene a solucionar el dislate, la cosa se calienta y más sabiendo que hace apenas dos años este país sufría una guerra civil. Alguien que dispara al aire y casualidades de la vida, esa bala acaba en el pecho de un chaval. La gente se cabrea de veras. La gente coje palos, machetes y piedras y se planta. Esta carretera es mía. Unos treinta turistas se quedan bloqueados. Tras algunas negociaciones, unos cuantos grupos se buscan la vida por su cuenta. El grupo nuestro son los referidos y un servidor, que, tras ser dejados de la mano de Siva por un conductor cobarde o precavido en medio de la carretera, tras pactar con él cruzar los piquetes, se preguntan que hacemos ahora, en medio de una carretera desconocida a las dos de la madrugada. Y ahí te quedas que yo me voy a mi casita debió decir el pájaro al aparcar el coche en el arcén y salir por pies tras devolvernos parte del dinero.
Todos teníamos alguna razón, más o menos peregrina por estar ahí: la pareja de holandeses en viaje de novios hacia Katmandú, Jaume, un chaval en su primer viaje( esa fue la razón por la que me cayeron bien desde el principio.), y un servidor maldiciendo la promesa hecha a la familia Thapa de volver a verlos a la que me acercara a trescientos kilómetros de Nepal. No sé porqué confiaron en mí si yo tenía tanto miedo como ellos, la verdad...
Esa noche fuimos obligados espectadores de un linchamiento y sentimos juntos la vergüenza y el miedo que nos atenazaron, mientras medio centenar de salvajes apaleaban a dos hombres. De como el instinto de permanecer juntos y a pie y no subir en los sospechosos mini coches que se ofrecían a llevarnos nos salvó de una somanta de palos o de alguna pedrada traicionera, cosa que tres turistas francesas no pudieron evitar. Esa noche pude sentir la mirada de Hans temiendo por lo que en este momento más ama, repitiéndome, "are you sure? No, Hans, no lo estaba.
Esa noche tuvimos, tuvieron, tuve, la inmensa suerte de que fui reconocido en medio de la noche por un dúo calavera con el que había entramado alguna amistad el año pasado, habíamos compartido un silum en la azotea del hostal y muchas tazas de chai. Ellos estaban entre la multitud que aplaudía el linchamiento, cierto, y cuando me vieron entre el ajetreo se acercaron a mi: no te acuerdas?, el año pasado, muchas risas y luna llena?, Claro que me acordaba. Me preguntaron si estaba loco por ir de noche con la que hay montada. No hagas fotos me dijeron y todo irá bien: ya no permitieron que acabáramos solos el recorrido. Nos guiaron por las callejuelas del pueblo y hasta que no encontraron un hostal conocido por ellos que nos abrió la puerta a disgusto, no se separaron de nosotros.
Are you sure? me preguntaba Hans cuando le dije que yo me fiaba de estos dos tipos y no de otros, mal rayo me parta por olvidar sus nombres.
Pero si, la cosa funcionó. La gente es buena, la mayoría y no me costó mucho convencer a Hans y Mikka, y mucho menos a un alucinado Jaume al que su inglés de London School y su juventud le estaban jugando una mala pasada, de que en medio de ese caos, aun a riesgo de joderla, lo mejor era confiar en la breve amistad trazada un año antes en una noche de luna llena.
Los labios dejaron de moverse justo para oír sus últimas palabras, ..y luego te esperas a que lo registren y me lo devuelves, cuidado no lo pierdas, lo has entendido?
No, no entiendo porque supones que no sabré encontrar la delegación de Hacienda, no entiendo porqué no te molestas en saber el nombre de la gente, no entiendo porque no lees un poco más y aprendes a hablar mejor. No, no entiendo como presupones que sin tu aviso empezaré a descuidarme y perderé tu papel.
Los merluzos son los menos y eso es lo bonito de este planeta, por cada uno que me encuentro, me topo con cien personas educadas, que te preguntan como estás, que se interesan por la persona, que te recuerdan y te dan las gracias cuando tu ya lo habías olvidado. Tal vez ese trato, el de persona a persona, fue lo que nos ayudó esa noche en la carretera de Belihya, que no traté al vendedor de chais ni a su amigo con el desdé y la condescendencia con el que suelen tratar los turistas a los nativos que les inoportunan, sino que recuerdo que nos intercambiamos fotos de novias y familia, hablamos de tú a tú y que estuvimos largo rato mirando a una luna gorda y luminosa ajena a todas las nimierdades que nos acechan en cada esquina.
Gracias merluzo