2/11/10

Tirando piedras....


Uno de los triunfos del fascismo alemán fue conseguir repartir la culpabilidad de su horror con la totalidad de la población: mediante mentiras, razones populistas, y promoviendo una especie de confusión general, consiguieron implantar un sistema que consiguió exterminar a seis millones de seres humanos en apenas cuatro años, de manera ordenada y despiadada, sin que el grueso de la población reaccionara ante tal horror. Un estigma, que como dice mi amiga Claudi Henke, se sigue arrastrando en cuanto sale de su frontera aún sesenta años después. El fascismo nazi consiguió que todos los alemanes tuvieran, con agrado o no, su parte de culpa y castigo de aquel horror.
Es ahora, 65 años después, cuando salen a la luz hechos terribles: tres millones y medio de alemanes fueron asesinados tras la guerra, dieciséis millones fueron expulsados de sus casas, más de doscientos mil nacimientos en 1946 producto de violaciones masivas. Es una insensatez pensar en castigo hacia los culpables, de que esas desportaciones, esas violaciones y esos asesinatos, castigaran a los verdaderos culpables. La ira y la brutalidad de los vencedores quedó oculta bajo el paraguas de palabras como justicia y libertad.
El silencio, la no rebeldía durante las tiranías es siempre excusable; en todos los estados totalitarios la lucha contra el sistema es una cuestión de vida o muerte, de libertad o prisión... pero ese silencio cómplice ante las barbaridades de un sistema, es el triunfo del mismo. Las tiranías, ya sea en nombre del Partido, del Movimiento, o el Sistema, quieren encauzar la vida misma, pero eso es algo imposible.
El hombre lleva siglos intentando alterar el discurrir de la vida, pero cuanto más viajas, supongo que tomas certeza de que entre oprimidos y opresores, entre ricos y pobres, entre tiranos y esclavos, se dan muchas más coincidencias que diferencias.
Un niño juega y cae al suelo raspándose la rodilla. El niño llora y la madre lo consuela. Un niño escucha el brutal estampido de un AGM-129ACM lanzado desde un B-52H sobre Bagdag, el niño llora al ver la cara aterrorizada, ya muerta de su padre, sin entender qué ocurre en el mundo. Una niña llora en el corazón de África mientras su abuela es arrastrada al exterior de su choza... Si pudiéramos recojer esas lágrimas, las del niño que llora porque su tiempo de Play ha terminado, las del hijo aterrorizado que llora la pérdida del padre, las de esa niña violada en África, veríamos que todas esas lágrimas tienen el mismo sabor, la misma composición química, pues brotan de la misma fuente.
Un adolescente suspira al ver pasar a la chica de sus sueños. Ese primer amor sucede a diario, y por igual, tanto en los callejones de Benarés, como en la calle Serrano de Madrid, o en una aldea perdida de África. El adolescente duda en como encarar la situación, tartamudea, se sonroja. La famosa bilirrubina, el tartamudeo, la esperanza.., es igual para todos ellos.
Un anciano se despierta sobresaltado en plena madrugada, en esa hora incierta en que la muerte suele aparecer. Piensa en cuantas madrugadas más podrá ver y se deprime. Al cabo de unas horas, ese mismo anciano nota la presión de los pequeños dedos de su nieto en su mano y siente que la vida es bella y vale la pena vivirla. El anciano comprende que será él quien deje a la vida y no la vida quien le abandonará. Este pensamiento le consuela. Ese anciano, bien podría ser ese estafador de Madoff, el señor Hassib de Delhi, mi tío Pere y patriarca de la familia, o la señora Anna Mburano en una aldea del Congo.
Muchas veces, el sistema es tan fuerte, está tan implantado en una sociedad, que es imposible cualquier atisbo de rebelión, y sus ciudadanos acaban convirtiéndose en una especie de cómplices silenciosos y acobardados.
Leo en opiniones de gente muy dispar la misma coincidencia: estamos encaminándonos, si no lo estamos ya, hacia un totalitarismo financiero: el poder político desaparece y parece que el Dinero, el Mercado, se han convertido en el nuevo Hitler o Stalin del siglo XXI. Los sistemas políticos admiten su incapacidad para gobernar en el mercado financiero. Ya nadie sabe el porque sube la luz, cierran o abren los créditos, o suben y bajan las hipotecas. Sencillamente nos adaptamos a ello, como otros se adaptaron al fascismo, a Stalin, a Mao. Cuan más dura es la crisis, menos parece importarnos de donde provienen los productos que usamos, tan sólo nos interesa que se adapten a nuestro bolsillo.... Pero eso no deja de hacernos cómplices silenciosos de ciertas barbaridades que se cometen en nombre del sistema, ni debe dejar de recordarnos ese vínculo común que compartimos con todos los humanos.
Hoy me he sentido así, culpable, cómplice silencioso, y por tanto, responsable ante unos hechos terribles. Sin ser colaborador necesario, sin estar de acuerdo, enterándome unas semanas después, a miles de quilómetros de los hechos...., pero aún así, me siento culpable por seguir en silencio, por no poder hacer nada.

La noticia surgió a primeros de agosto y es ahora cuando ya se saben todos los detalles. Los hechos se repetieron, digo repetieron, pues llevan sucediéndose desde hace unos trescientos años en la región de Kivu, Congo.
Una aldea de esas que vemos en los reportajes de televisión: las montañas del norte del Congo envueltas en nieblas, chozas de barro con techos de paja diseminadas entre árboles. Pequeñas sendas de barro rodeadas de selva, algunos pequeños cultivos y una decena de cercados para cabras. Un paisaje idílico. Una aldea de bonito nombre. LUVUNGI.
El 30 de Julio irrumpieron en la aldea unos trescientos paramilitares que custodian o luchan por el control de las minas de coltán de la zona. Los grupos rebeldes tienden a acometer cuentas más atrocidades mejor para obtener beneficios cuando el gobierno los integre en la milicia. Durante cuatro días violaron sin descanso a las 297 mujeres de la aldea con edades comprendidas entre los cinco y los ochenta años.
El relato de que Anna Mburano es estremecedor. Entraron en su choza, abofetearon a los niños y la arrastraron al exterior. -"Me tumbaron de espaldas y empezaron a violarme cuatro hombres vestidos con ropa militar". El suplicio duró toda la noche. - " A la mañana siguiente conseguí arrastrarme hasta la choza, sangrando por todos lados para comprobar que mi nieta también había sido violada. Volvieron de madrugada y en la aldea ya no se escuchaban gritos de terror como en la primera noche. Al tercer día todo fue silencio..."
Anna Mburano tiene ochenta años y posa así de digna para el fotógrafo de AP.... duele mirarla.
La tortura duró cuatro días sin que los cascos azules desplazados a la zona, a pocos quilómetros, se enterara o hiciera ademán por enterarse. Creo que sería absurdo penalizar en su totalidad a esos desgraciados hindúes que ejercen de fuerza de paz en territorio de guerra...absurdo. Enviar tropas de paz a un conflicto armado tan sólo sirve para aliviar ciertas consciencias occidentales.
En una tierra donde las mutilaciones, el rapto de niños para convertirlos en soldados, los asesinatos masivos, ya no parecen ser noticia, las violaciones masivas se han convertido en la nueva arma de guerra en el Congo.
A pesar de compartir el mismo aire que respiramos, la misma agua que bebemos... las súplicas y los gritos de terror no llegaron hasta nuestros oídos. Busco el nexo de unión que tengo con Anna: recuerdo a mis abuelos, a mi vecina de ochenta y tres años, su fragilidad y devoción por sus nietas, a mi tío, a las viudas de Benarés..., y no alcanzo, ni remotamente, a comprender que puede habitar en el alma humana para cometer actos semejantes. Como puede haber empresas que se beneficien del terror. Consumidores a los que no nos importa o preferimos ignorar la procedencia de una materia prima impregnada de sangre y dolor.
Mis dedos sueltan con asco el teléfono móvil compuesto por un metal que ha llevado el terror a los últimos años de Anna. Pienso en la manipulación que sufrimos, en cómo las grandes multinacionales parecen saber con exactitud mis necesidades o mis deseos.
Estoy convencido de que la gente toleraría una forma de consumo responsable con tan sólo ponerse en la piel durante sesenta segundos, de las noventa y seis horas de terror y dolor, de humillación y desprecio, que sufrió la señora Mburano por culpa de un mineral que nunca llegará a consumir y ni sacar provecho de ello.
El recuerdo de Anna Mburano me hace redoblar el compromiso por saber de donde provienen esas materias primas que consumo a diario. Tomar conciencia de lo que consumo y actuar conforme a ello..., y desde esta pequeña plataforma intentar crear un minúsculo eco para que los gritos de Anna y su gente no se desvanezcan para siempre.
Hay momentos en que uno cree que cualquier acción parece infructuosa ante esta enormidad. Los sistemas siempre intentan parecer indestructibles..., es entonces cuando recuerdo una frase de una escritora norteamericana, no recuerdo su nombre, que trabajando como corresponsal en el bando republicano durante nuestra última guerra dejó escrita esta significativa frase...
"No sé que efecto producen las piedras que tiro en el estanque, pero yo, tiro piedras..."

Fuentes y recomendaciones.
* Después de Reich, crimen y castigo en la posguerra alemana. Giles MacDonogh. (Galaxia Gutenber)
* Mass rapes in Congo. The New York Times. Jeffrey Gettleman.
* La guerra del coltán. Sonia Aparicio. El Mundo
* Violaciones masivas como arma de guerra. Ramón Lobo.
* El corazón de las tinieblas. Josep Conrad.
* Los ojos de la guerra. Manuel Leguineche y Gervasio Sánchez.
* Vida y destino. Vassili Grossman
























20/10/10

Inocencia....



A Maria.
Si algún día lees estas letras de tu tío, d'aquí uns anys, ya sabrás la verdadera identidad de los reyes magos, y como a todos, esta reveladora información no te vendrá por parte de quienes crearon la fábula ni allegados. Aún no he conocido a nadie que los descubriera de esta manera. Será un mal día, seguro, el conocimiento desbancará a la inocencia...
Una de las razones de que esto sea así, es que a tus padres, por nada del mundo les hubiera gustado ver como perdías parte de esa inocencia. Si fuera por ellos, por todos los padres, esa ilusión que habita en tu corazón la noche de reyes podría durar toda la vida; todos sabemos que no debe ser así, pero de todas maneras los padres siempre esperan a que un amigo o enemigo de la escuela, un hermano mayor, o una mayor percepción de los hechos, (hacerte mayor)... se encarguen de la ingrata tarea.
Esta historia, si, otra batallita, tal vez te haga creer que los reyes magos pueden seguir existiendo siempre que lo desees.

Agra 2010- Nasser.

-My friend, my friend, ey, Xouan!. Ahora si que nos giramos, Marina y un servidor, hacia la multitud de taxistas que hay siempre en la rotonda que da acceso a los jardines del Taj Mahal. En esta zona, es normal sentirte acosado por la multitud de guías y taxistas que no dejan de llamarte y seguirte ofreciéndote sus "amables" servicios, pero de ahí a oír tu nombre. Nos giramos y ahí estaba, caminando hacia nosotros con los brazos abiertos mi amigo Nasser.
No ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi: la misma enorme y blanca sonrisa, desproporcionada en su pequeño y oscuro rostro, pero en consonancia con la intensa y brillante mirada que parece traspasarte. Más delgado, sin apenas cintura, tal vez un poco menos de pelo. Juraría que es la misma camisa con la que lo conocí dos años antes, una vieja y limpia camisa que envuelve un pequeño cuerpo duro como el acero, como comprobé después del fuerte abrazo que me obsequió. Marina, los turistas, los otros taxistas, todos parecen mirar divertidos el extraño reencuentro.
Conocí a Nasser en diferentes circunstancias: llegaba a Agra tras un viaje directo desde Pokhara, Nepal, y llegué muy, muy cansado a la ciudad del Taj y con pocas ganas de charla o hacer amistades. Las casualidades de la vida me pusieron a Nasser como taxista y quizá fuera su cháchara constante, sus bromas, su curiosidad..., bueno, fue mi taxista, primero, y mi amigo después, durante tres días.
Volví a verle el siguiente año y seguía igual. Es un tipo honrado que prefiere una buena charla con un chai entre las manos que ir a buscar comisiones a costa del turista. Al irme, le dejé un regalo para su tío, que yo no sabía si existía o no, pero que según me dijo, necesitaba ir al médico o algo así. Quinientas rupias, unos diez euros..., ni llega. Le creí, quizás porqué no me ofreció droga, ni buenos prostíbulos, ni la pensión de un amigo, ni quiso estafarme en el primer trayecto, como a veces sucede en todos los países, así que lo consideré un regalo hacia alguien que estimaba. Un tipo de treinta y pocos años que podría ser cualquiera de nosotros..., basta con nacer unos miles de quilómetros aquí o allá.
Decir que Nasser es taxista es un eufemismo,(busca el diccionari), Nasser y otros como él, unas decenas de miles, son hombres-bicicleta; pedalean doce horas diarias llevando gente y mercancías, eso cuando hay clientes, arrastrando un remolque que ya de por si pesa unos treinta kilos, condicionados por monzones, veranos abrasadores y una mayoría de clientes, los propios nativos, que les tratan como bestias de carga. El sueldo de Nasser, y él es un privilegiado por vivir en Agra, ciudad turística, no supera casi nunca los dos euros diarios, y de esas ciento y pico rupias, debe pagar una cuarta parte al propietario de la bici-taxi, para luego hacer frente a todos los gastos de una casa....
No hay castas de hombres bicis; son, la mayoría, (aprovecho para recomendarte un libro, "La ciudad de la alegría" de Dominique Lapirre), campesinos a los que una mala cosecha, un monzón tardío, o un mal amo, han acabado por hacerles emigrar a las ciudades y verse obligados a realizar uno de los peores trabajos de la India...., que ya es mucho decir..
Cinco días en Agra y Nasser cuida de Marina como un perfecto caballero, me deja llevar su taxi hasta que reviento a los veinte minutos, nos acompaña a casi todos lados, y en una de nuestras charlas, me pregunta si este año también tendrá regalo. Nos reímos, -por supuesto, le digo. Marina me dice si nunca he pensado que Nasser se pueda estar aprovechando de nuestra buena voluntad. No creo, le comento: para Nasser, el tener un amigo occidental, de los miles que pasan a diario cerca del Taj, es una cosa buena que le pasa, de tantos taxistas, de tantos turistas...., el no se pregunta porqué un tipejo de Barcelona se ha convertido en su amigo. Su familia, su gente, él mismo..., ni por asomo se creerían o imaginan la manera en que se vive en occidente. El mundo de donde nosotros venimos está mucho más lejos para ellos que el país de Nunca Jamás de Peter Pan.
No hay una razón, sucede. El intuye que sucede porque es buena persona, porque cuida de su familia y es honrado, aunque demasiadas veces a comprobado que los "malos" también tienen suerte. Así que, ¿para qué hacerse más preguntas?....
Y, por parte mía?..., aunque sólo fuera desde el punto de vista occidental, o el de un viajero que busca experiencias; Nasser me ha dado mucho más de lo que me costará su regalo. ¿Cuanto pagaría a una agencia de viajes por descubrir y ver todo lo que hemos visto con él?
Hemos conocido una ciudad por la que muchos pasan tan sólo viendo el Taj. Hemos ido a su casa como invitados, hemos visto como viven, cocinan y duermen: la familia de Nasser viven en dos minúsculos cuartos cuyos únicos muebles son un catre pelado por habitación. Ahí viven la suegra de Nasser, las dos cuñadas, su mujer, el tío de Nasser, (si, si que existe y es un tipo encantador), tres sobrinos, el hermano de Nasser y su mujer..., dos cables pelados alimentan unas tristes bombillas en cada habitación. Sin agua corriente, sus únicas propiedades parecen ser un horno de arcilla que alimentan con turba, cuando hay dinero o con mierda de vaca seca mezclada con paja cuando no, una rudimentaria muela con la que el hermano de Nasser pule pequeñas esculturas de mármol que luego vende a los chavales que están acosando turistas creca del Taj, una cabra embarazada, que es, por su explicación, como el fondo de pensiones de la abuela, y un par de viejas maletas donde me explican que guardan el ajuar de su mujer..., nada más.
Tan sólo Nasser y su hermano hablan inglés y nos quedamos observándonos toda la familia mientras intercambiamos sonrisas y sorbemos con cuidado un té hirviendo con leche de cabra recién ordeñada. Niños de casa vecinas vienen a contemplar los extraños visitantes. Nasser nos dice que su tío nos invita a cenar señalándome una pequeña olla reposando sobre el tandori. Cordero y chapari, me dice relamiéndose. Se relamen todos, me doy cuenta de que esa gente lleva todo el día sin comer, estamos en Ramadán, el sol ya se ha puesto y son diez o doce a repartir: nos invitan y me siento muy afortunado...
Nasser nos acompaña a través del oscuro barrio musulmán hasta la carretera cerca del hotel, es peligroso ir solos y se extraña de que nos negáramos a comer con ellos, pero como siempre, nos muestra la mejor de sus sonrisas mientras quedamos para el día siguiente. A Marina se le escapa una lágrima.
El día de nuestra despida es triste para todos, Nasser ya tiene su regalo que ni se molesta en contar, un regalo es un regalo..., y empiezan las despedidas. Nasser ya no sabe que hacer para alargar el momento de nuestra partida, nos ofrece un último chai, me interroga con preguntas absurdas acerca de horarios, climas, duraciones de vuelo. Como no sabe escribir, hemos de buscar un tipo que transcriba la dirección de la familia para así poder enviarles fotos y recuerdos. Es un tipo especial, inocente, que no tonto, nunca confundas estos términos...y sinceramente, creo que es mi deber, adquirido por voluntad propia, el cuidar un poco de él..
Con el tiempo aprenderás que la inocencia se pierde en base aumenta el conocimiento, el conocimiento te vendrá por los padres, por la escuela y la vida en general, pero ese conocimiento deberás saber transformarlo en sabiduría, lo cual requiere tanto o más esfuerzo que el aprendizaje. Mucho más tarde comprenderás, de eso estoy seguro, que el deber de las personas "sabias" es velar por los inocentes de este mundo.

3/9/10

Valor


Tengo la sensación de que apenas nos detenemos en valorar palabras que solían definir la verdadera esencia de las personas: coraje, humildad, sabiduría, nobleza, humanidad, valor, cobardía, maldad, ignorancia, etc... Palabras que pronunciadas ahora, en nuestro ambiente habitual, suenan a pasadas de moda, arcaicas, inútiles, y que incluso incitan a la risa irónica si no están respaldadas por otras como dinero, propiedades, nivel social, celebridad, (que diantres querrá decir eso??), se cataloga a la gente por el número de apariciones en la televisión. De nada sirve poseer el don de la generosidad, (se te considerará un iluso), nadie aprecia el valor, (sólo el provecho) y parece que entre todos hemos construido una sociedad poseída por el miedo a la pérdida material, muchos hay que venderían a su familia si vieran amenazado su patrimonio.
Tengo la suerte, y recuerden ustedes que la suerte también debes buscarla, de compartir mi vida con un ser extraordinario; sus valores éticos siempre son más importantes que su propio beneficio. Un ser a quien su extrema sensibilidad y empatía con el Otro le resulta muchas veces una experiencia dolorosa. Una persona que no me deja tirar un hueso de aceituna al suelo, justo al salir del mercado, debido al peligro que éste representa para los ancianos que puedan pisarlo..., y me lo dice tan seria y convencida. Poseer el don de la sensibilidad está cada día peor considerado, el pragmatismo impera y la sensibilidad suele confundirse con inocencia, debilidad o falta de coraje..... pues no, Marina tiene además un valor fuera de lo común....., me explicaré.
Cuando uno se plantea realizar un esfuerzo con el fin de conseguir un objetivo, el miedo no suele ser un factor determinante. Un escalador, por ejemplo, puede llegar a sentir miedo en un momento concreto de la escalada, pero no padece de vértigo, así que atribuirle valor a la pasión, no tiene nada de cierto. Tiempo atrás creí que era valiente por salir con una mochila y cuatro perras a perderme por el mundo, algunos te dicen, ¡Qué valiente!..., nada de eso, si uno se ha criado con libros de aventuras y el mejor poster fue un mapa del mundo, nada hay de especial.
El miedo que paso en muchos momentos, es rápidamente compensado, y con mucho, por el placer del viaje en sí.
Con el tiempo aprendí que cada uno de nosotros somos la suma de valores y defectos, de nuestras pasiones y de nuestros miedos, no en vano, nacemos con el miedo incorporado en nuestros genes y vamos sumando miedos inculcados y los de propia fabricación a nuestra vida: no es de extrañar que sobrevaloremos la palabra seguridad e infravaloremos la belleza de la incertidumbre.
Quien más quien menos reconoce con facilidad sus propios miedos: unos al compromiso, otros a la muerte, a la vejez, a los aviones, a las arañas, a los espacios cerrados, al mar, a las aglomeraciones.... Más difícil es comprender el miedo no compartido, y por lo que he comprobado, somos bastante inflexibles al juzgar los miedos ajenos.
Marina tiene, más bien tenía, miedo a viajar, le aterraba pensar el estar dentro de un avión nueve horas para después aterrizar en un país desconocido, con una cultura radicalmente opuesta a la nuestra, un idioma incomprensible y sin nada controlado ni reservado, ni nada...., tan sólo fiándose de mi..., pocas veces alguien ha puesto tanta confianza en mi persona.
He aprendido, viajando con ella, que una persona valiente, alguien que tiene Valor, es alguien que se esfuerza en superar sus propios miedos. Una persona que comprende que los miedos corrompen la propia esencia de nuestra libertad personal. En una sociedad acomodaticia como la nuestra, es fácil rehuir nuestras fobias y vivir en un ambiente donde podemos, en base a nuestras posesiones, mantener alejados esos miedos y seguir viviendo una vida que mal llamamos "normal". ¿Para qué correr riesgos?
Ver como ella superaba sus miedos, su motivación y fuerza personal, me ha hecho ver con claridad mis limitaciones, he comprobado que me queda mucho por hacer.....
Gracies guapa.

sensibilidad.
(Del lat. sensibilĭtas, -ātis).
1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados.
2. f. Propensión natural del hombre o la mujer a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura.
3. f. Cualidad de las cosas sensibles.
4. f. Grado o medida de la eficacia de ciertos aparatos científicos, ópticos, etc.
5. f. Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados



30/7/10

Mangalore....tristezas


Una pregunta inocente, una de esas preguntas de fácil respuesta que hacen los que van a visitar un país por primera vez, fue la que me trajo una extraña asociación de ideas, un pensamiento que enlazó sin sentido aparente con otro y éste con otro, hasta unirlos en una extraña simbiosis difícil de explicar, pues tal vez sólo tenga sentido para un servidor. El caso es que la pregunta y su posterior respuesta me hizo cavilar durante el resto del día dejándome sumido en una melancólica tristeza, y al cabo, con la esperanza de vislumbrar un poco más de luz entre las dudas que siempre tenemos los que nos preguntamos en silencio y rara vez encontramos respuestas.

- ¿Y podré dar de comer a los perros?. María José viaja a la India por primera vez y esa era una de sus dudas, lo que ya de por si nos da una idea de la especial sensibilidad que atesora, preocupada ella por todo y por todos. Le han contado que los perros son tratados de manera mezquina por los humanos por considerarlos reencarnaciones de formas de energía malignas. No es del todo cierto contesté: los perros son una de las "castas" bajas entre los animales, pero no por ello se les niega el derecho a la vida, a la libre circulación y a la reproducción; lo que bien mirado, es mucho más de lo que se les ofrece en occidente, donde sólo son reconsiderados por su utilidad o belleza y los que no, son sencillamente abandonados y exterminados. Además, hasta el gran Siva, recalco en falso tono erudito, cuando adopta su forma más destructora y malvada, cambia su montura habitual, Nandi el toro, por la de un can común y callejero. Es por lo tanto un animal más en el inmenso panteón hindú.
Le cuento que una vez intenté redimir los pecados de mis vidas pasadas dando tres vueltas sobre mi mismo mientras hacía acto de contrición ante la única figura, según me explicaron, que existe en la India representando a Siva sobre un perro: se encuentra cerca del templo de Kali, unos callejones más atrás de Lalita ghat en la ciudad santa de Benarés, y la imagen, puedo afirmarlo, es estremecedora.
Así que, por supuesto que puedes dar de comer a los perros, le contesto, nadie te dirá nada. Le cuento también, que en Delhi, cuando algunos habitantes de clase media alta propusieron construir algunas perreras para controlar y eliminar a las cada vez más frecuentes manadas de perros que vagan a su aire y pueden llegar a ser un peligro, el grueso de la sociedad se alzó indignada. Que tengan una mala existencia no implica que deban asesinarse.
Pensé que esos perros tal vez tengan una vida más afortunada que muchos perros europeos, pues durante su corta y miserable existencia, son libres de vagar a su antojo, olisquear traseros, fornicar cuando y donde pueden, comer basuras de todo tipo, dormir cuando tienen sueño, y como describe a la perfección Tom Auster en Tombuctú, parecen incluso capaces de elegir su destino....., a mí, pese a sus sarna y sus pulgas, me parecen más felices que esos perros de ciudad abandonados en hogares, o pudriéndose en perreras antes de ser exterminados, o a los que están condenados sin comunicación posible con nadie de su especie, a los que son castrados y disfrazados de marionetas, y los más, aguantando las neuras, depresiones y soledades de unos humanos que no tenemos quien nos haga compañía cuando tampoco servimos para nada, pues en nuestra sociedad, como explico a mis amigos Krish y Vijay, no tan sólo somos despiadados con el resto de los animales.... en ese instante apareció en mi memoria el cementerio de barcos del puerto de Mangalore.
Era mi segundo viaje por India y una estúpida curiosidad me hizo cambiar el rumbo para ver la ciudad, que descubrieron primero los árabes y que luego Vasco de Gama primero y decenas de europeos después, establecieron como punto de descanso, avituallamiento y reparación, en su viaje hacia el golfo de China. La verdad es que, como suele ser habitual, me llevé un decepción, acentuada por unas violentas fiebres intestinales que me dejaron para el arrastre durante una semana, lo que no me permite ser justo del todo. Una ciudad enorme y contaminada, moderna en los parámetros hindúes, donde las playas y el puerto que relataban los libros de mi infancia habían sido substituidos por grandes dársenas portuarias, bloques de cemento, aguas grises y pestilentes y tinglados de contenedores de todos los países del mundo. Me dejé llevar por el suave y cálido viento que proviene del mar de Arabia y siguiendo el puerto hacia las primeras playas que se adivinaban unos kilómetros más al sur, intenté imaginarme como sería cuatrocientos años antes.
En los despalmadores y atarazanas debería haber una actividad frenética: carros tirados por bueyes trajinando madera de los Ghates Occidentales para reponer mástiles y cuadernas, mercaderes contando y pesando cada onza de clavo, pimienta de Kerala, o el precioso azafrán venido del las remotas tierras de Cachemira. Montones de mangos, piñas y papayas y todo tipo de pescados ahumados. Mujeres tejiendo drizas o cosiendo redes de pesca, críos cargando agua potable en barriles, estibadores y esclavos sudorosos trabajando bajo el silbido del látigo mientras suben y bajan por las estrechas pasarelas. Como en las buenas novelas: playas tropicales y marineros sedientos, curtidos por la sal y la soledad mirando con un ojo las tabernas y con el otro las encantadoras mujeres morenas y de grandes ojos negros, tan diferentes y tan iguales a las que dejaron meses atrás en la península.
Iba pasando el rato cada vez más animado, pues bien es cierto que sólo vemos lo que deseamos ver, cuando fui a topar con el cementerio de barcos. Ahí, lejos de toda actividad, en una cala sedienta de mar, se acumulaban decenas de naves: cargueros, petroleros, barcos de pesca, remolcadores, un par de fragatas militares y toneladas de hierro y acero desguazados por la eficaz mano de obra barata hindú. Observé como algunos conservaban las estachas amarradas en oxidados norays, otros, quizá fruto de la marea o de alguna tormenta monzónica, se amontonaban sobre los más antiguos, aplastándolos sobre la sucia arena llena de petróleo y manchas de aceite, quebrándolos al fin con su peso hasta solo parecer masas informes de metal oxidado. Las pocas señales de vida eran unos cuantos trabajadores y un par de águilas volando unos doscientos metros más arriba, tal vez mirando perplejas en que convertimos los hombres lo que ya no necesitamos. Sentí una lástima infinita por esos barcos, por los marineros que ya no estaban..., por nacer demasiado tarde, ¿Quién sabe? Esos barcos no tuvieron una muerte digna.
Un barco, me dije, debería navegar siempre, de vez en cuando no está de más tocar tierra firme, pero el resto de su vida debería transcurrir en el medio para el que fue creado, como esos perros hambrientos, como nosotros. Tuve la certeza en ese instante de que la inmovilidad...pudre.
Me prometí que nunca me dejaría oxidar, abandonar y pudrir en cualquier puerto cuando sea innecesario y nadie se acuerde de mí. Que como esos barcos, todos deberíamos tener la oportunidad de una última travesía, un último trayecto, tal vez en busca de esa ola gigante, del Tifón de Conrad, y que tras vivir y luchar en su elemento, al fin descansar para siempre en el fondo de su mar y no siendo pasto de miradas tristes, de un desguace lento y humillante y un abandono eterno, hasta terminar sin ser reconocidos.
Así que de esos perros vinieron estos lodos, recordándome que las estachas sólo son necesarias cuando las pones de propia voluntad, que no deberíamos dejar que los sueños se alejen por miedo a una tormenta o la incertidumbre. Que más vale una vida algo desgraciada, insegura y muchas veces triste, pero real, con sus pequeñas pero inmensas alegrías, que una vida eternamente falsa, sin arrugas ni malos olores.
Sin duda, el final es el mismo para todos, pero señores, hay maneras y maneras de acabar.
A Don A.P.R. por enseñarme a leer....

1/7/10

India, first day....







Unos cuatro millones y medio de turistas visitan la India cada año; para algunos es el viaje deseado, para otros es un país más en sus vacaciones estivales, algunos creen que ahí encontrarán cierta luz. Muchos, hechizados por vete a saber qué razón, volvemos y volvemos, y para otros, es sencillamente su primera vez.

Sin ánimo de adoctrinar, ni esperando que se den por buenos algunos consejos, escribo estas lineas con el espíritu de que un mal comienzo no os haga desistir ni renunciar a ver un país inconmensurable, sin medida....
Ya nada más llegar, y más en estas fechas, sentirás que al salir del aeropuerto, y eso que se suele llegar de noche cerrada o madrugada, el aire es un poco más denso de lo que jamás hubieras imaginado, el calor no será terrible como en los meses de mayo o junio, pero deberás acostumbrarte durante las primeras noches a dormir sintiendo que el mundo a dejado de moverse, que el aire fresco es una quimera del pasado y que tu mejor aliado es ese destartalado y ruidoso ventilador instalado justo encima de tu cama. No recomiendo dormir con el aire acondicionado, pues es la causa número uno de fuertes resfriados, pero allá cada cual.
Un poco antes del amanecer te despertarás al son de bocinadas, claxons, timbres y silbatos: es la banda sonora que te acompañará en cualquier ciudad hindú por el resto de tus días.
Antes de bajar a la calle, es aconsejable mirar desde la ventana, si se dispone; parecerá como si un niño gigante hubiera pisado un hormiguero de humanos y todos andarán de acá para allá sin orden ni concierto, no lo creas, cuando pises el asfalto o lo que queda de él y te sumerjas en ese caos comprobarás que un orden cósmico controla de alguna manera toda esa marabunta y que los accidentes y atropellos son casuales y escasos en relación al volumen y densidad de artefactos, animales y humanos, que circulan con sus propias leyes de tráfico, que no está de más recordar pues en nada se parecen a los nuestros: un elefante tiene preferencia, por cuestión de tamaño no de rango, sobre una o más vacas, éstas si que disponen de preferencia sobre todo tipo de vehículos y humanos. El resto de los animales, ya sean monos, perros, cerdos, cabras o cuervos disponen de una extraña bula para interferir en el denso tráfico. Los camiones, enormes cacharros de hierro pintados de vivos colores, tienen preferencia sobre los autobuses y éstos sobre cualquier trasto que circule con una o más ruedas. Los coches tienen preferencia sobre triciclos y rick-chow, y éstos sobre las motocicletas, y éstas sobre bicicletas y carros tirados por humanos. Nosotros, como vulgares humanos destinados al ciclo de reencarnaciones, no tenemos preferencia, aunque no debes sentirte violentado si eres el blanco de numerosas bocinas y timbres de toda clase. En la India no eres nadie si no circulas con una mano apoyada en el claxon...
Es el momento de bajar a la calle por primera vez: un amigo me comentó que la India era..., era, demasiada gente, demasiado ruido, demasiados dioses, demasiados olores, demasiado calor, demasiado tráfico..., demasiado de todo.
Es cierto. En la puerta de tu hotel, apenas hayas dado cuatro pasos sentirás la cálida acogida hindi: siempre habrá alguien diciéndote algo: un taxi, un ciclista, un vendedor de patos de goma, un guía experimentado, un comisionista, un despistado, un vendedor de soda, otro de hachís y otro de seda, el que te ofrece samosas, o el que te susurra donde encontrarás el mejor desayuno de Parganj, el que se ofrece para ayudarte mientras tratas de orientarte en un inútil mapa al que se sumarán media docena más por cada tres minutos que estés parado mientras expresan, miran y preguntan. Desconocidos se sumarán a la charla expresando todos una opinión que agrade y no ofenda. Ya habrás contestado media docena de veces de donde vienes, a donde vas, que haces y de que trabajas. Nunca debería importarte perder tiempo con la gente, estás de vacaciones, pero cuando alguien te incomode o te ofrezca algo ilegal o sospechoso, tan sólo debes atravesarle con la mirada como si no existiera y no responder a nada de lo que te dice. Es una forma de descortesía muy usada entre ellos, verás como no se sienten ofendidos y funciona de una manera relativamente eficaz. No te enfades, disgustes y seas mal educado... aunque esto también deberíamos hacerlo en nuestro país...
Una gran cantidad de niños y pedigüeños se acercarán a pedir lo que sea, desde una rupia a un kilo de arroz, mi consejo es que no des dinero a los niños y lo guardes, siempre en monedas de cinco rupias, ( el acopio de monedas es una de mis primeras labores), para enfermos y viudas. Demasiadas veces veo como un turista suelta un billete de veinte euros en las manos de un crío; flaco favor le están haciendo al niño, de verdad, pues el niño no sabe que sólo recibe dinero por eso, por ser niño, y crecerá pensando que la mendicidad y la caridad del blanco ofrece mucha más recompensa que el trabajo duro de sus padres, la cruda realidad le golpeará cuando sea adolescente, no sepa leer ni escribir y ya no de tanta pena a los turistas. Es mucho más divertido, aunque desde Europa pueda parecer inmoral, que se ganen un dinero o una buena pitanza haciendo algún recado o trabajo para ti: resulta sorprendente lo honrados que llegan a ser y el mismo crío que me pide un dólar, se ofrecerá gustoso a ir a cambiarme un billete de 500 rupias en moneda pequeña mientras espero bajo una sombrilla tomándome un chai, a cambio de unas manzanas, un thali callejero o unos dulces.
Es importante tener conciencia de que no vas a mejorar un país con un par de buenas acciones y todos los consejos que quieras repartir, pero si que puedes empeorarlo con la desidia y el paternalismo mal entendido que gastamos los occidentales, así que actúa, pero no moralices. India es un país complejo, con una cultura única en el planeta, pues muchas de sus acciones y ritos apenas han variado en los últimos cuatro mil años, así que es mucho más fácil adaptarte al país que intentar cambiarlo a tu gusto.
Es hora de comer, la mayoría de turistas creen que "El mal de Moctezuma", nosotros la llamamos diarrea, aparece por el cambio de aguas: mi consejo es que bebas mucha agua, lassis,(tu pregunta y ya verás que es), y durante los primeros días o semanas evites las fritangas, las buenííííísimas salsas y optes por el menú vegetariano y arroz. El cambio de aceites, (el de oliva es inexistente y se cocina, dependiendo de la región y el nivel económico, con aceite de palma, coco, colza, etc..), es lo que de verdad ataca a tu estómago. No por ello debes evitar comer, siempre con la mano derecha y procurando escoger locales donde haya mucha población local.
No compres nada hasta que no sepas el valor de las cosas, mis primeras compras siempre suelen ser objetos útiles: ya sean utensilios para el baño, unas chanclas...me ayuda a comprender la moneda nueva que llevo en el bolsillo. Puede que no lo veas en tu primer viaje, pero incluso una rupia puede descomponerse en cien paisas...
La verdad es que Delhi no es una ciudad muy apreciada por los viajeros: contaminada, superpoblada, con ese punto de artificial e impersonal que tienen las capitales, pero mi recomendación es que te la guardes para cuando vuelvas. Delhi tiene muchas cosas que ver y lugares donde relajarse. Parques, jardines, palacios y museos son una bendición para poder evitar ese caos circulatorio.
Bueno, poca cosa más para el primer día, no hay que aprenderlo todo el primer día, ni en el primer viaje, ni en el sexto. Poco a poco, si te gusta y te atrae, iremos hablando de devas y nagas, de sanyasis y jeeras, de trimurti, de puris y thalis, de jatis y varnas, de lingams y yonis, de la diferencia entre la concepción del tiempo, lineal o cursivo, de karmas y meeras, de sadhus, dobis, gopis y doms,.... pero no hoy. Hoy descansa...
India es compleja, terrible y fascinante, si te dejas llevar, extraerá de tí lo mejor y lo peor, y sin dármelas de gran viajero, tras veinte años escapándome a ver este mundo maravilloso, estoy en condiciones de afirmar que no hay nada ni remotamente similar a este país.
Así que este será mi último consejo.



- shanti, shanti my friend








17/5/10

Aprendiendo....


Los sabios dicen que nuestro perfil como persona,(dícese del ser humano integrado en una sociedad), se configura a través de pequeñas acciones repetidas una y mil veces: desde la más tierna infancia hasta la madurez, muchas veces de forma inconsciente, integramos los miedos, las percepciones o las preferencias de manera que transforman o modelan desde nuestra forma de ver la vida, nuestros actos, hasta las arrugas de nuestro rostro o la forma de mirar a un desconocido... Puede ser, aunque también algunos de esos sabios afirman que un sólo momento en la brevedad del tiempo de una vida; una acción heroica, un momento de lucidez o una fechoría cobarde, puede cambiar la vida de uno para siempre. Ya Conrad lo describió de una manera lúcida y genial en Lord Jim. Tal vez la verdad sea una suma de esas dos afirmaciones; podría parecer que pocos tenemos tener la oportunidad de una acción heroica en la monotonía de nuestras vidas, que en nuestros pequeños actos cotidianos no parece haber lugar para actos gloriosos o cobardes, que parece que vivimos rodeados de gente gris y monocorde de la que no podemos esperar que brote de ellos una luz que nos ilumine. Creo que son puntos extremistas y que si nos fijamos bien, estamos rodeados de cobardes y héroes, de villanos y de gente buena, de sabios y de ignorantes, y es deber nuestro el saber discernir que ejemplo queremos seguir.
Permitan una batallita, un pequeño momento de mi vida, que aunque pueda parecer o lo sea, una estupidez, cambió parte de mi manera de pensar...


.." Fue en mi segundo viaje a la India... ya saben ustedes; mochila, unas pocas rupias y mucho camino por delante. Me apasiona viajar en tren y la India ofrece la oportunidad de recorridos milquilométricos, con trenes antiguos y destinos sorprendentes. Este tren viajaba desde Mumbai hasta Mysore: decidí coger ese tren por culpa de Ruyard Kippling....Mysore. La ciudad de las especias y el incienso, del palacio del maharajá, de su Nandi gigante de piedra negra...
El trayecto dura unas 16 horas y como en todo tren de la India, uno tiene la oportunidad de conocer gente, admirar paisajes, intercambiar comida, aguantar a un niño sobre tus piernas mientras su padre duerme, acudir a los infames servicios, comer más, leer y responder a decenas de preguntas de todo tipo de gente. Los hindúes son dados a la charla y no dudan a la hora de empezar una conversación con un desconocido.

Mientras esperaba en la estación a que el tren empezara su marcha, me fijé en un viejo sanyasi,(un sadhu u hombre santo), sentado junto a un banco. Justo en ese momento, vi como el jefe de estación salió a atenderle y con la máxima deferencia lo acompañó al tren ayudándole a subir los altos escalones de entrada. Los seguí por pura curiosidad: el jefe de estación le ofreció un asiento junto a la ventana que el sanyasi rechazó, luego un asiento lejos de la ventana que también rechazó con una sonrisa, y como queriendo calmar al atribulado jefe de estación, el sanyasi optó por sentarse en la puerta del vagón, con sus delgadas piernas colgando hacia el exterior y mirando curioso a su alrededor. Todos los viajeros que pasaban cerca de él murmuraban algo y le saludaban poniéndose las manos casi por encima de la frente, señal de gran respeto. El tipo era impresionante la verdad: debía superar el metro ochenta, de unos sesenta largos o setenta años, mirada afilada y piel curtida por el sol hindú. Fibrado, en sus brazos y piernas estaban dibujados con ceniza blanca sus propios huesos. Tres rayas blancas horizontales y un tika amarillo coronaban su mirada. Iba ataviado con una túnica naranja y un gran pañuelo del mismo color a modo de turbante. Una escudilla plateada donde servirse la comida, un largo y nudoso bastón coronado con un tridente y una pequeña bolsa de tela roja colgada al hombro: esas parecían sus únicas pertenencias. El jefe de estación se retiró y yo me quedé pensando si debía sacar la cámara o no, y por un momento nuestras miradas se cruzaron. Bajé la mirada ante esos ojos dulces y de mirada penetrante que parecía mirar directamente en mi interior y busqué mi silla, avergonzado, en el vagón.
Habían pasado unas dos horas de trayecto cuando el sanyasi apareció en el umbral del vagón y dirigiéndose hacia mi me preguntó que hora era por favor, sorprendido de que se dirigiera hacia el único occidental del vagón, miré rápido mi reloj y contesté. Sonrió, una enorme y perfecta blanca dentadura y rebuscó en su bolsa hasta sacar un viejo reloj al que procedió a poner en hora, dándome las gracias, desapareció por donde había venido. La familia que compartía asiento conmigo me dijo que era un tipo afortunado y siguieron comiendo. Me quedé sentado preguntándome porqué sería afortunado y haciendo todo tipo de cábalas acerca del extraño personaje. No había pasado ni una hora, puedo dar fe, cuando el sanyasi entró de nuevo en el vagón y sonriendo me preguntó de nuevo la hora. Les juro a ustedes que llegué a pensar en una confabulación hindú, en cámaras ocultas en el otro extremo del mundo..., pero la sonrisa era tan pura y su educación tan extrema que no dudé en responder. Buscó de nuevo el reloj y repitió la operación. La familia sonreía y yo no sabía como tomarlo, al ver mis dudas me repetían que era un tipo afortunado, que no me preocupara.
Mi curiosidad ya no podía más y cargando con un par de plátanos y unas manzanas fui en busca del sanyasi: ahí estaba, sentado en la puerta del vagón, mirando como los árboles se sucedían uno tras otro a toda velocidad. Balanceaba los pies como un niño contento. Reuní el valor que me quedaba, no tenía ni idea de como reaccionaría, si un occidental puede molestar a un sadhu, si estaba rezando, si sería una falta de respeto... y le ofrecí una pieza de fruta. Sonrió y me dijo que no, viendo mi turbación me pidió por favor que la compartiera con él. Partí la manzana y empezamos a comer en silencio. Al rato, le pregunté a donde se dirigía y en perfecto inglés me hizo un pequeño resumen de sus últimos años, de su presente y de su futuro.
Me dijo que llevaba siete años en las montañas y que al darse cuenta de que llegaba su hora se había puesto en camino para visitar por última vez las ciudades santas del hinduísmo: Mathura, Puri, Haridwar, Rameswaran, Gaya, Ayodhya, Kanchi, Kedarnat, Ujjain, Karnakhaya y, haciendo una pausa y sonriendo feliz... Benarés.... ahí moriré. En posteriores viajes comprobé cuan cierta era esa afirmación, hasta donde pueden llegar los verdaderos sanyasis y su altísimo poder mental, pero en ese momento, me pareció una temeridad por parte del santo oírle afirmar de forma tan categórica su futuro. Escuchó con tolerancia mi pobre y sencilla historia que al momento, gracias a su interés y acertadas preguntas, la verdad, parecía otra..., en fin. Comimos felices siendo pasto de las miradas curiosas del resto del vagón que de tanto en tanto salían a observar al curioso occidental sentado junto al santón.
Sólo cuando me despedía fue cuando me acordé de la pregunta inicial. ¿Qué pasa con eso de pedir la hora para un reloj que no funciona?. El sanyasi me explicó que el reloj llevaba roto más de quince años y era divertido llevar la hora de los demás. Una pequeña broma a un occidental, una pequeña prueba, me dijo también: en este mundo donde nadie parece querer dar nada si no es a cambio de algo, el sanyasi me ofrecía la oportunidad de dar algo sin miedo a desprenderme de ello y así limpiar mi karma. Vaya, una especie de favor.
-Recuerda, me dijo; -no somos lo que poseemos, ni mucho menos lo que anhelamos, sencillamente somos lo que damos."

Con el tiempo me doy cuenta de que estuve hablando con un hombre sabio, sus palabras cada vez han tenido más sentido conforme me ido formando como persona. Somos lo que somos capaces de dar. Si regalas educación, tu imagen será la de un tipo educado y serás tratado como tal. Si das rabia y odio, te conviertes en un tipo odiado y enfadado...., si ofreces respeto, no deberás pasarte la vida pidiendo... y así con todo. Me doy cuenta de que consigo más con una sonrisa que con cien explicaciones. El sanyasi me dio la oportunidad de tener un rasero por el que medir y así darme cuenta de que también estoy rodeado de gente sabia, buena e inteligente, que ofrecen su ejemplo vital de manera altruísta.
Vivimos en una sociedad donde las frases hechas; "tanto tienes, tanto vales", o "porque yo lo valgo", sean dogmas de fe, un lugar donde tan sólo esperamos recibir y poseer sin pensar en dar, y así, no es de extrañar el caos y la confusión moral que parece haberse instalado en nosotros cuando el Miedo aparece asomando por la esquina.
La impresión que me dio el sanyasi es que ese hombre no le temía a nada, ni a su propia muerte..., un hombre cuyas únicas pertenencias eran un bastón, una lata y un reloj estropeado...
PD: Dedicado a Rosa Mari, gracias por empujarme a escribir de nuevo...

17/3/10

A Don Miguel

Y se murió tal y como había vivido: sin estridencias, ni pompas; con discreción, silencio y rodeado de quienes le amaban: que eso ya es mucho pedir en un país donde los suicidios anticipados son carnaza para la televisión y los cadáveres de según quien son vendidos al mejor postor para regocijo público. Me da una vergüenza enorme escribir algo acerca del maestro Delibes, y nada puedo decir de él que no esté dicho ya, pero puedo contar lo que supuso su descubrimiento por parte de un lector novel.
Un hombre del pueblo, al que sólo vi una vez en televisión, extraño parece, cuando hasta personas sensatas se descuelgan diciendo que si no sales en TV no eres nadie, (por lo tanto deben creer que cuanto más apareces, da igual haciendo el qué, mas eres). Un hombre, que a pesar de su inmensa sabiduría, no participaba en esas peleas de gallos en celo que llaman ahora debates, donde nadie escucha y lo importante es decir lo que sea, pero más alto que el otro, con más malos modos, y si es sin educación, prima doble. Un hombre que se dedicó "tan sólo" a escribir.
Se ha ido un hombre que me enseñó cientos de palabras nuevas, y mucho más; una manera sensata, hermosa y correcta de ordenar esas palabras, dándole una nueva dimensión a mis primeras lecturas hasta convertirse en un autor de referencia, para mí, del pasado siglo en España, un país que por cada genio que alumbra, defeca cientos de miserables.
Como era poco dado a entrevistas y a publicitarse, los que lo amamos debimos conformarnos con entrever parte de su ser en sus personajes, y de éstos, sin duda, me quedo con Pacífico: amante de la naturaleza e impertérrito espectador del odio que es capaz de generar el ser humano.
Mi deuda con Don Miguel viene de lejos; recuerdo el día en que mi madre me recomendó dejar ya las lecturas de adolescente y atreverme con algo más serio. Recuerdo la desilusión enorme al pensar en los estúpido que debía ser por no gustarme, ni poder entender, a Pío Baroja, Camilo José Cela, Unamuno, Faulkner, Conrad..., hasta que llegó a mis manos, ya casi desesperado y decidido a no leer nunca más, ya se sabe la vehemencia con la que nos tomamos la vida a los 17 años, un ejemplar de El príncipe destronado. "Una novela de niños, lo que faltaba", pensé. No sólo fue el poder entender lo que ahí se narraba: sin con Los hijos del capitán Grant, Los viajes de Gulliver o Kim de la india, los autores habían conseguido llevarme sin esfuerzo a todos los confines de la Tierra y vivir mil aventuras, con Don Miguel aprendí a viajar al interior del alma humana, a entender que se cuece en ese caldero que llamamos corazón. Entender a Don Miguel, y gustarme, representó el empujón definitivo a perder el miedo, que no el respeto, a otros autores, aprender que no debía ir muy lejos para experimentar con escritores y poetas superlativos, pues todos los tenía al alcance de mi mano; a respetar cualquier libro que lleve editándose más allá de la desaparición de su autor, algunos incluso tras más de tres mil años, a aprender la diferencia entre un best-seller, un libro que debe gustar a todos, al verdadero libro: ese conjunto de palabras donde el escritor pone parte de su alma y su saber, que puede gustarte o no, entenderlo o no, (hay libros para todas las edades), pero que consiguen, algunos, formar parte de tu vida de una manera perpetua.
Al recuperar este artículo escrito por Don Miguel en 1962 acerca de los funerales, pretendo nada más acercaros un breve boceto de este personaje y animar al personal a leer...., leer, aunque cuesto entenderlo a la primera, o a la segunda. Hacer como poco, un parte del esfuerzo que el escritor tuvo que hacer para elaborarlo, enriquecerse....

Hoy sólo quiero ocuparme de los entierros: de los entierros a la Federica, con carrozas barrocas, caballos empenachados y aurigas con peluca, que es como se hacen los entierros en mi pueblo. Uno está, más bien, contra los formalismos falaces. Uno aboga, en suma, por los entierros sencillos, minoritarios, donde el que vaya, vaya por sentimiento y no por educación. Tal vez así se evitaría que en los entierros se hablara tanto de fútbol y que, a la hora de partir, el difunto se encontrara solo por aquello de que los muertos son los únicos hombres puntuales del país
Tal vez fuera una coincidencia que unos versos del maestro Quevedo se asomaran entre mi tristeza a la hora de despedir a mi madre hace años en esa incineradora horrible de Montjuic: los mismos versos que de alguna manera me ayudaron a confortar mi penita, fueron recitados en su responso, y yo, tonto de mí, pienso que nada es casual.
Buen viaje Don Miguel.


"...serán ceniza, más tendrán sentido;


polvo serán, más polvo enamorado.

3/3/10

A un merluzo.....

Nos dejamos llevar por las apariencias, al menos eso parece viendo como nos tratamos en esta tierra donde es más importante el dinero que tienes o el tamaño del cocodrilo en la pechera. Y ésto en el mejor de los casos: desaparecidos para siempre, gracias a televisió, maestros y periodistas; los términos usted, por favor, o buenos días, son reemplazados po gruñidos o el típico eh!, tú, vale o silencios maleducados, que a uno, que de por sí es de carácter pacífico, le entran ganas de volver a Guatemala donde hasta para atracarte a punta de pistola te tratan con respeto y educación. "Buenos días tenga usted licenciado, ahorita mismo, si es tan amable, me regala su plata, por favor. Muchas gracias y vaya con Dios".

Me enseñaron que cada uno debe trabajar y que hay trabajo para todos y de todos los colores. Que alguien debe hacerlos, y que mientras éstos se hagan con respeto y dedicación, todos, absolutamente todos los trabajos merecen la misma consideación: desde el minero al doctor, del barrendero a la ama de casa, pasando por abogados y traficantes de droga.
Tengo un trabajo sencillo, creo que si dedicara el tiempo suficiente, podría amaestrar a un mandril para que lo realizara por mí; sería curioso ver un mono cabreado, de culo rosado y grandes colmillos, yendo de aquí para allá en una moto...., tal vez esa idea ya la tiene algún afamado empresario. Pues estaba en lo mío y fui a parar de morros con un tipo que me hizo recordar que el planeta es un lugar maravilloso poblado de gente buena, así que le estoy agradecido por subirme la moral y a él van dedicadas estas letras.
El tipo seguro que tiene varios master de todo y más, su sueldo debe cuatruplicar el mío y como no lo conozco a fondo, debo de suponer de él que es buena persona y amante de los animales y todo eso. Se dirigió a mí al verme pasar frente a su despacho, no le pido que me hable de usted pues tan sólo debo tener diez años más que él, pero tampoco es mi amigo. -"Oye tú, espera un momento que tengo de darte una cosa". Obviando el tuteo, me dolió más el de, que el tú. Debería hablar bien cuando alza la voz, por lo menos. Acto seguido empezó a explicarme una gestión, (un registro público), con pelos y señales. Fue ahí donde mi mente empezó a viajar; tan sólo mi mirada puesta en sus labios me indicaba que ese merluzo me seguía hablando.
Viajé a Belihya, un pueblecito en el Terai nepalí y recordé a Jaume, Mikka y Hans, y de como me alegró recibir un correo de la parejita holandesa hace pocos días recordándome, medio en broma, medio en serio, que hace un año les serví de guía durante una noche a través de 17 quilómetros interminables: realizados a pie y de noche, durante las huelgas, piquetes y consecuentes revueltas que casi incendian el valle del Terai la primavera pasada. Pueden ustedes imaginarse el espectáculo: primero una huelga general que paraliza el tráfico de camiones con India, el ejército viene a solucionar el dislate, la cosa se calienta y más sabiendo que hace apenas dos años este país sufría una guerra civil. Alguien que dispara al aire y casualidades de la vida, esa bala acaba en el pecho de un chaval. La gente se cabrea de veras. La gente coje palos, machetes y piedras y se planta. Esta carretera es mía. Unos treinta turistas se quedan bloqueados. Tras algunas negociaciones, unos cuantos grupos se buscan la vida por su cuenta. El grupo nuestro son los referidos y un servidor, que, tras ser dejados de la mano de Siva por un conductor cobarde o precavido en medio de la carretera, tras pactar con él cruzar los piquetes, se preguntan que hacemos ahora, en medio de una carretera desconocida a las dos de la madrugada. Y ahí te quedas que yo me voy a mi casita debió decir el pájaro al aparcar el coche en el arcén y salir por pies tras devolvernos parte del dinero.
Todos teníamos alguna razón, más o menos peregrina por estar ahí: la pareja de holandeses en viaje de novios hacia Katmandú, Jaume, un chaval en su primer viaje( esa fue la razón por la que me cayeron bien desde el principio.), y un servidor maldiciendo la promesa hecha a la familia Thapa de volver a verlos a la que me acercara a trescientos kilómetros de Nepal. No sé porqué confiaron en mí si yo tenía tanto miedo como ellos, la verdad...
Esa noche fuimos obligados espectadores de un linchamiento y sentimos juntos la vergüenza y el miedo que nos atenazaron, mientras medio centenar de salvajes apaleaban a dos hombres. De como el instinto de permanecer juntos y a pie y no subir en los sospechosos mini coches que se ofrecían a llevarnos nos salvó de una somanta de palos o de alguna pedrada traicionera, cosa que tres turistas francesas no pudieron evitar. Esa noche pude sentir la mirada de Hans temiendo por lo que en este momento más ama, repitiéndome, "are you sure? No, Hans, no lo estaba.
Esa noche tuvimos, tuvieron, tuve, la inmensa suerte de que fui reconocido en medio de la noche por un dúo calavera con el que había entramado alguna amistad el año pasado, habíamos compartido un silum en la azotea del hostal y muchas tazas de chai. Ellos estaban entre la multitud que aplaudía el linchamiento, cierto, y cuando me vieron entre el ajetreo se acercaron a mi: no te acuerdas?, el año pasado, muchas risas y luna llena?, Claro que me acordaba. Me preguntaron si estaba loco por ir de noche con la que hay montada. No hagas fotos me dijeron y todo irá bien: ya no permitieron que acabáramos solos el recorrido. Nos guiaron por las callejuelas del pueblo y hasta que no encontraron un hostal conocido por ellos que nos abrió la puerta a disgusto, no se separaron de nosotros.
Are you sure? me preguntaba Hans cuando le dije que yo me fiaba de estos dos tipos y no de otros, mal rayo me parta por olvidar sus nombres.
Pero si, la cosa funcionó. La gente es buena, la mayoría y no me costó mucho convencer a Hans y Mikka, y mucho menos a un alucinado Jaume al que su inglés de London School y su juventud le estaban jugando una mala pasada, de que en medio de ese caos, aun a riesgo de joderla, lo mejor era confiar en la breve amistad trazada un año antes en una noche de luna llena.
Los labios dejaron de moverse justo para oír sus últimas palabras, ..y luego te esperas a que lo registren y me lo devuelves, cuidado no lo pierdas, lo has entendido?
No, no entiendo porque supones que no sabré encontrar la delegación de Hacienda, no entiendo porqué no te molestas en saber el nombre de la gente, no entiendo porque no lees un poco más y aprendes a hablar mejor. No, no entiendo como presupones que sin tu aviso empezaré a descuidarme y perderé tu papel.
Los merluzos son los menos y eso es lo bonito de este planeta, por cada uno que me encuentro, me topo con cien personas educadas, que te preguntan como estás, que se interesan por la persona, que te recuerdan y te dan las gracias cuando tu ya lo habías olvidado. Tal vez ese trato, el de persona a persona, fue lo que nos ayudó esa noche en la carretera de Belihya, que no traté al vendedor de chais ni a su amigo con el desdé y la condescendencia con el que suelen tratar los turistas a los nativos que les inoportunan, sino que recuerdo que nos intercambiamos fotos de novias y familia, hablamos de tú a tú y que estuvimos largo rato mirando a una luna gorda y luminosa ajena a todas las nimierdades que nos acechan en cada esquina.
Gracias merluzo

9/2/10

Cuando....

Cuando muere un ser humano, muere con él toda una serie de vivencias, desaparece un saber acumulado por la experiencia vital que nunca podrá ser restituido.
Cada día, la humanidad pierde miles de formas de entender la vida con ese tránsito natural que es el ir de la vida a la muerte. Una parte de ese saber lo heredan quienes han estado cerca del desaparecido convirtiéndose a su vez en propietarios de parte de ese saber. En algunos raros casos, los menos, algunos humanos nos legan obras, ya sean escritas, pintadas o esculpidas, ya sean inventos, descubrimientos científicos o médicos, que no sólo perduran entre sus allegados, sino que trascienden al mundo entero... pero la mayoría de la gente no tenemos el don de las artes y nuestro legado tiene como único soporte la memoria de los que nos amaron, respetaron o conocieron. Es importante ser consciente de esa responsabilidad, pues la mayoría de nuestras acciones no son más que mecánicas, meras imitaciones del comportamiento observado. Y ya se sabe, la memoria es frágil y como decía no se que sabio de la antigua Grecia, la memoria es como ese viejo rollo de pergamino escrito que de tanto en tanto ha de desenpolvarse y procurar que vea la luz, pues sino se pierde junto con el tiempo.
Ese legado es lo que nos convierte en lo que somos como sociedad, como personas: el saber estar del abuelo, la tolerancia innata de la madre, la tortilla de patatas del cuñado o el perpetuo buen humor del amigo. Creo que son legados tan o más importantes que los de Curie, Newton o Pascal, pues es lo que conforma el nivel ético y humano de una población, bien al contrario, cuando en una sociedad se hereda el odio o el miedo, ésta se corrompe cada vez más hasta rebajar la categoría moral de una sociedad. Es importante es entender lo que se hereda para así poder despreciar y no repetir los defectos: la avaricia de la abuela, el desdén hacia lo extraño del padre o el sexismo de un amigo.

Me quedo perplejo cuando leo que tras el terremoto de 1755 de Lisboa, dos grandes pensadores, Voltaire y Rosseau se enfrascaron en unas discusiones públicas sobre la existencia de un dios bueno que pudiera permitir esas desgracias; unas discusiones que cambiaron para siempre el pensamiento europeo, mientras que ahora, tras el desastre de Haití, un triste obispo español se dedica a relativizar y comparar judías con melones y otros le contestan con palabras de odio. Tal vez estemos perdiendo , o peor, heredando, una memoria colectiva que huele a podrido. Sigo pensando que la gente es buena por naturaleza y la reacción popular creo que se demuestra, pero también sigo pensando que cada vez estamos más desinformados y no entendemos nada...., peor aún, encuentro a faltar humanos de la altura intelectual capaces de rebatir las palabras del obispo de manera que lleguen de una manera profunda a nuestro intelecto y tal vez al suyo....
Cuando sucede un gran desastre como el de Haití, donde decenas de miles de humanos desaparecen en un instante, la conmoción es brutal: recuerdos, sabiduría de madres a hijos, cuentos y leyendas de abuelos que ya no podrán se recordados por nietos inexistentes, experiencias profesionales de padres que no podrán repetir los hijos. Si el dolor por su desaparición ya es tremendo, la llaga que perdurará entre la memoria de los vivos será siempre purulenta y viva.
Siempre quedará alguien, es el consuelo que puede venirle a uno a la mente, pero eso no siempre es cierto.
Leo como el Sr. Boa a muerto y pienso que este mundo ya no tiene solución.
¿Qué tiene que ver el Sr. Boa con Haití?. El Sr Boa era el último de una tribu de las diez tribus autóctonas que pueblan las islas Adnaman desde hace 65.000 años: con su muerte, el mundo ha perdido su idioma, una forma de entender la vida, una forma de contar cuentos, una historia.
El Sr. Boa pasó los últimos años en una especie de soñolienta tristeza, pues desde su viudedad, aunque parezca imposible, ya no le quedaba nadie con quien hablar, nadie lo entendía y nadie podía mantener una conversación con él.
Las tribus autóctonas de Adnaman han sido sistemáticamente diezmadas, esclavizadas y apartadas, por ingleses, tailandeses e hindús, a los que ahora pertenece el archipiélago situado a unos mil quilómetros de sus costas.
Durante el tsunami del 2006 los miembros de estas tribus no sufrieron ningún daño gracias a esa memoria colectiva, a esa transmisión de conocimientos, leyendas y cánticos que forman su cultura: supieron leer el mar, su casas son flotantes y desde tiempos lejanos habían podido conservar esa cultura que les guarecía de situaciones que pueden pasar cada cien años, pero esas diez tribus siguen sin estar preparadas ante el turismo masivo, la contaminación de sus mares y la expoliación de sus recursos.
El mundo no oirá nunca más la lengua Bo, una de las diez de estas islas, los jóvenes de las islas no sabrán como reaccionar ante un tifón, no sabrán donde vivir seguros; como en todo el mundo, poco a poco pero sin respiro, una nueva forma de memoria colectiva parece adueñarse de todo.

En Haití, donde las condiciones del mercado internacional y las subvenciones agrarias obligaron al hacinamiento en suburbios de la capital a miles de campesinos, (esto es demasiado extenso para explicar ahora), fue donde el terremoto causó el mayor mal: si por lo menos esas gentes hubieran podido construir sus barracas y casas con caña y madera como sus abuelos, el terremoto no hubiera causado ese desastre debido al derrumbe de piedra y adobe sobre sus cabezas, pero no sabían ni podían hacerlo, ya alguien se había ocupado de desforestar la isla para plantar azúcar: primero les robaron su manera de vivir, luego les robaron la memoria y ahora han perdido su futuro.