14/11/08

Crisis


Una de las ventajas de pertenecer a la "casta" obrera, es que estas crisis cíclicas, ya sean de bolsa, de puntos com, alimentarias o de la construcción, siempre están alejadas de nuestra realidad. La crisis en las clases obreras tienen apariencias comunes: de habitaciones frías y mantas heredadas, de colas eternas en hospitales públicos, de una televisión junto a la sempiterna estufa de butano, de rezos para que ninguno de los básicos electrodomésticos se estropeen este mes, (que resulta ser todos los meses del año). Nuestros padres nos hablaban de cartillas de racionamiento, de pollo algunos fines de semana, de ahorrar hasta el último céntimo para una vivienda por que los bancos no abrían sus puertas a la gente como nosotros, de excursiones domingueras, ropa que no te viene bien. Ahora, sus herederos viajamos por el mundo, compramos viviendas por valor de millones sin tener un centavo en la bolsa, pagamos decenas de euros por un vino inventado exclusivamente para idiotas como nosotros, y ahora, como gallinas asustadas, la palabra crisis parece surgir como algo nuevo en nosotros. Hemos olvidado lo que fuimos y, mucho más importante, no tenemos ni pajotera idea de lo que somos.
Cuando el miedo asome, lo primero que debes hacer es no asustarte, pues lo que busca el miedo es tu desconcierto, que afloren tus dudas hasta negarte tu propia realidad.
Llevo tiempo sin escribir, desconcertado y atónito ante esta "nueva" plaga mal llamada crisis monetaria. Lo primero que me pregunto es si la gente sabe que cojones es una crisis en realidad: vivir con dos euros al día en un callejón de Delhi es estar en crisis. Ver morir a tus hijos de hambre, o que tu aldea sea asolada por una guerra que no entiendes pero en la que te dicen que estás inmerso, es una crisis. Comprobar como una enfermedad que cuesta dos dólares diarios erradicar y mata a millones de personas cada año, diezma a tu familia y amigos, (el acceso a agua potable) y cuyo coste global de erradicar no subiría más allá de los 50.000 millones de dólares, mientras lees en los periódicos que se destinan 700.000 millones de dólares a ayudar a unos banqueros en apuros en un solo país, si que es para entrar en crisis, si no lo estás ya.
Tal vez tenemos una pequeña ración de lo que se merece el primer mundo: por cada ser humano que pasa hambre o sed en nuestro planeta, nosotros derrochamos energía, comida y vida como para hacerle vivir dos mil años. Este desequilibrio no podía durar eternamente. Un desequilibrio que nos empeñábamos en no ver, endulzando nuestras miserables conciencias con fútiles actos de caridad mientras reímos las gracias a descerebrados que ganan cientos de millones..., bufones de la corte bien adiestrados para adormecer nuestras conciencias, para hacernos olvidar, me incluyo por supuesto, que en el otro lado de nuestra inmensa nevera, esta está enchufada a la energía que desprenden miles de seres humanos al morir en condiciones de vida totalmente inaceptables para cualquiera de nosotros. Chupamos su vida, su sangre y su energía y ahora nos quejamos de que ya no dan más de sí, de que si los chinos tienen coches o comen demasiado, de que los africanos ya no quieren ser más energía barata para nuestros electrodomésticos..... Un equilibrio que desaparece: aumenta la tasa de paro en el primer mundo= más de 400 millones de niños están trabajando en lugar de estudiar y jugar....
Crisis, ... de mierda sin duda, de vivir con ella hasta el cuello y mientras no hedía nos complacía revolvernos en ella. Ricos, millonarios y aspirantes a ello nos complacían con sus joyas, lujos y queríamos ser como ellos sin pararnos a pensar ni un solo instante si éramos, eran y son merecedores de ello.
Recuerdo con claridad la charla con el señor del bar? de la foto superior. Un garito situado en uno de los senderos que llevaban desde el lago Dal hasta la cima de la montaña desde donde casi se podían tocar los Annapurnas. me habló del esfuerzo diario al trajinar con las botellas de agua mineral, el fogón de gas para preparar el te, latas de naranjada y nevera portátil que debía hacer cada día, hubiera o no hubiera algún loco que trepara por una de las siete u ocho pistas que llevaban a la cima. Tres hijos y orgulloso de su negocio, de su trabajo honrado, de poder gozar de unas vistas cada día por las que yo había tenido que recorrer nueve mil kilómetros. Fumamos, tomamos el te y en ningún momento el hombre se quejó por su vida, ni rastro de envidia en su mirada. sencillamente, ese hombre era feliz.