11/7/11

Conmoción, empatía, 11 de julio....



La noticia llegó a primeros de abril y causó una gran pena entre familiares y allegados. Es una de esas desgracias que nunca esperas que sufriría Ella, el karma le llaman algunos, el destino, la voluntad de dios me dijeron otros, cáncer terminal de páncreas le llamaron los doctores. Una gran injusticia pensé yo: de todas las personas que hay en el mundo, entre inútiles, vagos, malvados, asesinos, corruptos y demás gente vil y prescindible que habita este planeta, le tuvo que tocar a Ella, a quien nunca vi querer mal a nadie. Ella, que cuidaba de su prole, de su círculo de amigos, de toda la red de familiares, como una gran madre osa. Ella, que había renunciado a sus sueños por amor, algo que nunca he visto volver a hacer a nadie, que perdonó hasta el infinito los errores de quienes amaba, que vivía tu dolor como el suyo propio, alguien a quien nunca le había tocado ni la rifa de la parroquia, era la agraciada de este boleto mortal y doloroso. Si hay algún dios, ese día no hizo nada para ganar un adepto a su causa.

Muchas veces me dijo que le hubiera gustado viajar, ver el mundo, ver esas gentes extrañas que veía por TV, con sus vestidos extraños, sus costumbres extrañas, pero las circunstancias a veces te llevan por caminos que nunca pensabas que hubieras caminado por propia voluntad.

Cada vez que aterrizo en uno de esos países curiosos, siento que Ella está conmigo, en como le hubiera gustado ver las tribus Mnog del norte de Laos, con sus abalorios y vestidos azules y rojos, el verde infinito de las selvas del Nang Pa, en la atención que hubiera prestado al cocinero de las islas Kon mientras cocina sopa de serpiente, sentirse mareada entre los rascacielos de Hong Kong o sentarse a disfrutar de las playas de Kerala viendo un sol gigantesco enrojecer hasta ser engullido por el mar Arábico. Como le hubiera gustado disfrutar de la explosión de color durante el festival Holi, seguro que se hubiera sentido indentificada viendo la misma devoción que ella profesaba a su Dios, reflejada en las pupilas llorosas de la mujer peregrina de Varanasi al bañarse por primera vez en el río sagrado. El gran consuelo y cariño que hubiera regalado a los huérfanos de Guatemala, la emoción y el sobresalto que le invaden a uno al ver una ballena golpear con su enorme aleta el verde mar caribeño. Sentarse a meditar un rato frente a las montañas más altas del planeta sintiendo que se está ante algo único y eterno donde la mano del hombre apenas deja marca ni recuerdo....

Desde la noticia hasta el día de su desaparición tan sólo pasaron cuatro meses, un tiempo en el que el dolor, la conmoción, el miedo o lo que fuera, me impidieron despedirme o decirle todo lo que pensaba. Ella, mientras tuvo conciencia siempre intentó animarme, darme algún último consejo, bromear. Cierto es que todo lo que no lloré junto a su cama lo he podido llorar en todos esos lugares, como si mis lágrimas fueran parte de Ella y quisieran compartir esa experiencia que nunca vivió. No son lágrimas de tristeza ni de alegría, son lágrimas amigas que brotan sin tener conciencia, de compañía involuntaria como quien se asoma a leer un periódico ajeno por encima del hombro.

Cuando yo no era más que un imbécil, recuerdo un día que la vi con los ojos enrojecidos frente a esos periódicos que siempre leía: yo no comprendí e incluso me burlé de Ella un poco: la prensa relataba los primeros indicios de lo que luego se llamaría la matanza de Sbrenica. Le dije que no se podía estar llorando por todas las desgracias que pasan en el mundo, recuerdo la mirada, su mirada de aguila enfadada atravesándome que me hizo callar al instante. -Esa pobre gente, no lo ves-, me decía, -son familias, hijos, hermanos, mujeres y abuelas que sólo quieren vivir, con sus errores y aciertos, pero buena gente, como la de aquí y por culpa de estos hombres... qué derecho tienen a provocar tanto dolor? Por qué nadie hace nada?

Esas palabras me quedaron clavadas, y poco a poco fui entendiendo que cuando la gente buena no se indigna, cuando la gente buena no hace nada y es indiferente al dolor ajeno, sea en el país que sea, de alguna manera están colaborando con los malos. Ser cobarde y ciego ante la injusticia, es otra manera de colaborar con el mal.

Cuando ella murió, un once de julio, con el tiempo pensé que era una forma de recordarme que no debía ser cobarde ni ciego, y ahora, que ya empiezo a reunir un poco de ánimo para escribir sobre Ella, y cuando los medios rememoran la matanza de Sbrenica cada once de julio, me la imagino a Ella ahí en su cielo, cada uno va a donde cree que debe ir supongo, consolando a los que también fueron víctimas de una injusticia.

Esto no le gustaría a Ella, pero espero que el ex-general Mladic muera en prisión tras una larga, dolorosa y cruel agonía que dure más de cien años,... pero también estoy feliz al ver que sigue habiendo gente buena, ni ciega ni cobarde, que han luchado para que ese tipejo y otros no queden olvidados. Me da igual que sea un juego político entre países y todo eso, lo cierto es que muchas veces, los criminales no han sido juzgados y sólo son recordados por las víctimas... y cuando ves a los pinochets de turno, a Mladic, Brdanin, Gotovina o Karadzic, entre rejas, esperas que tengan un largo juicio, una larga condena o acaben como Milan Babic, que tal vez viendo la luz, se suicidó en su celda.

En Calcuta, recuerdo a una chica mochilera enfrentándose con tres hombres que estaban maltratando a un indigente: pequeña, frágil y menuda, no dudó en encarase con esos tres tipos. Al ir ellos a encarse con ella, los viajeros que estabamos cerca nos levantamos al unísono haciendo que se retiran. Ella se giró enfadada hacia nosotros y nos dijo que deberíamos haber actuado con la misma diligencia para proteger al local que a una de nuestra raza. Cobardes, nos dijo. Ese día volví a sentir la mirada de águila atravesande mi ser y me juré que no volvería a pasar.

A menudo, los corazones de león se esconden bajo apariencias frágiles y delicadas.