24/11/08

Daños colaterales....

Dicen que una imagen vale por mil palabras, siendo así, debemos ser la sociedad más reflexiva, dialogante e instruida de la historia viendo la cantidad de imágenes que nos invaden.... pero lo dudo, nos hemos acostumbrado a no dedicar más de medio minuto a imágenes que deberían hacernos reflexionar largo tiempo. Me propongo hacer un ejercicio para que al pasar la página de esta imagen, sus personajes no queden reducidos a espíritus barridos por el tiempo.
Dice el maestro Kapucinsky que cualquier patán con dos euros en el bolsillo es capaz de viajar y Ver, pero para entender lo que vemos es necesario hacer un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto hacer en esta era de consumo fácil. Entender consiste en un trabajo para ponerse en la piel del OTRO. No, no hace falta pasar hambre para intentar comprender al hambriento, pero si sólo nos limitamos a mirarlo, a obviar al desvalido, cometemos un gran error: creo que nos convertimos en cómplices anónimos de una situación que nos desagrada, pero que nos creemos incapaces de solucionar. Ignorar, no querer entender, pensar que esas cosas sólo suceden por ahí..., lejos, quizá en otro planeta, tal vez nos reconforte, pero es mentira..
Este es el campo de refugiados de Kigali 1, al este del Congo. Los habitantes de esta región llevan soportando una guerra incomprensible para ellos y se ven condenados a refugiarse en estos campos donde malviven, son víctimas de abusos, y esperan un final que no intuyen por desconocimiento de la situación. La foto ya dice mucho del caos en el que está sumido nuestro planeta: gente de etnia, ndomg, tutsi o hutu, viendo pasar unos sijs armados. Una etnia del lejano Punjab, que reclama la independencia de su tierra en medio de India y Pakistan, representando al país del que dice querer separase, y éste a su vez representándonos a todos en forma de soldado azul de la ONU, protegiendo a unos congoleños que sólo quieren plantar patatas, pero que para su infortunio, están inmersos en una guerra a causa de un mineral que permite fabricar ordenadores y móbiles para unos ricos que los ven en la hoja de un periódico o en quince segundos de informativo..., en fin, un mundo globalizado.
Una vida angustiosa para esta gente: lejos de la tierra que les vio nacer, de la tierra que cultivaron sus antepasados, (una tierra tan fértil que llega a dar cuatro cosechas de patatas al año). La intimidad es un lujo, el saqueo y el pillaje es habitual: a veces llegan oleadas de nuevos refugiados por otro estallido de guerra y la situación se torna insostenible. Ya nadie sabe quienes son los "buenos", los ladrones y los malos. Los habitantes de Goma y Kivu tan sólo tienen la esperanza de que el oro, el coltán, los diamantes y la madera, se agoten en su territorio para conseguir la paz de una guerra que nunca buscaron. Tan sólo quieren plantar patatas.
Me estuve largo rato mirando la foto y una extraña asociación de ideas relaciona una canción, Guatemala y el Congo; me pongo a pensar en Don Samuel, a miles de quilómetros de distancia en la región de Quiché, hermanado, sin saberlo ni quererlo, con una imagen de un periódico.

- ... y de repente vino la guerra.- El final de la frase me dejó helado, Don Samuel se expresaba casi en susurros, con ese deje chapín en el que parece que las frases nunca tengan un final claro. Hablábamos de su nieto, del futuro que le espera: mientras yo le explicaba las ventajas que tendría por apuntar al crío a clases de inglés voluntarias, el me instruía sobre la historia de una porción de Guatemala. Estuve escuchando largo rato, consciente de estar ante una ocasión única. Un cachiquel de raza, de más de sesenta años, abriéndome su memoria. Me habló de cómo había cambiado el mundo, su mundo, desde que él no era mas que un patojo. Don Samuel recordaba años duros pero felices de su infancia: trabajar entre plantaciones de ñame, aguacates y ocotes, bañarse en el río, el terremoto del 76. De cómo se casó pronto, de cómo sus hijos se liaron en pendejadas políticas, de los primeros gringos, y de cómo, de repente, llegó la guerra.
Pensé en que hablaba del acto humano de la guerra como de una catástrofe natural. Un huracán, un terremoto, un volcán, pero no, fue la guerra la que se lo llevó todo: uno de sus hijos, su pequeña parcela de tierra, ya que tuvieron que emigrar a Oxaca durante diez años y cuando volvieron ya no quedaba nada de la tierra y casa de sus antepasados, se llevó la paz con la que habían convivido entre poblados, demasiados odios enterrados en las cunetas de los caminos... ( viniendo de España, podía entender eso, la cicatriz purulenta e infectada que deja en toda sociedad una guerra civil).

De repente vino la guerra. Don Samuel asumía el hecho de la guerra, con el mismo conformismo con que sus antepasados asumían los desastres naturales, como algo inevitable, como un suceso en el que el hombre tan sólo puede esconderse, una manera de pensar íntimamente relacionada con el fatalismo de quien ve, cada ciertas generaciones, arruinada la cosecha o pasar hambre a sus hijos por culpa de unas inundaciones inesperadas, un terremoto o la explosión del volcán. Entendí que Don Samuel reflejaba con fidelidad lo que en Europa asociamos con víctimas civiles de una guerra: son gente que no odia, que nunca se plantearon invadir un país, ni si quiera con apropiarse las tierras del vecino, gente que tan sólo debería temer a la naturaleza, y a los que la guerra les enseña a temerse a sí mismos, a temer al ser humano como forma de destrucción masiva. Una nueva forma de terror para el ser humano sencillo.

Relaciono a Don samuel y toda la experiencia que me contó con los desgraciados habitantes de Kivu, de Irak, de Afganistan, Georgia, Colombia..., unidos por un fenómeno común. Una plaga que asola tierras sencillas, sin rascacielos ni tiendas de lujo. Que se ceba en inocentes. Que destruye cosechas y cambia el ciclo natural de la naturaleza obligando a que sean los padres los que entierran a los hijos.
Don Samuel estaba feliz de que su nieto fuera a la escuela en una Guatemala sin guerra, pero en su mirada ya no existía la esperanza que aún se puede observar en el hombre que ha vivido en paz, Don Samuel sabe que su nieto ya no sólo podrá quebrarse ante la naturaleza, que el Hombre es, tal vez, la peor catástrofe de este planeta.... y eso le duele.

Caen las estrellas de su manto,

verdea los campos un resquicio de luz.

La pradera ahora es su casa,

donde la espiga brota entre la flor.

Si desmientes la vida

haces parapetos con poemas.

Un día color de melocotón,

cuando todos seamos libres,

cuando las piedras se puedan comer,

y ya nadie sea más que nadie....