9/2/10

Cuando....

Cuando muere un ser humano, muere con él toda una serie de vivencias, desaparece un saber acumulado por la experiencia vital que nunca podrá ser restituido.
Cada día, la humanidad pierde miles de formas de entender la vida con ese tránsito natural que es el ir de la vida a la muerte. Una parte de ese saber lo heredan quienes han estado cerca del desaparecido convirtiéndose a su vez en propietarios de parte de ese saber. En algunos raros casos, los menos, algunos humanos nos legan obras, ya sean escritas, pintadas o esculpidas, ya sean inventos, descubrimientos científicos o médicos, que no sólo perduran entre sus allegados, sino que trascienden al mundo entero... pero la mayoría de la gente no tenemos el don de las artes y nuestro legado tiene como único soporte la memoria de los que nos amaron, respetaron o conocieron. Es importante ser consciente de esa responsabilidad, pues la mayoría de nuestras acciones no son más que mecánicas, meras imitaciones del comportamiento observado. Y ya se sabe, la memoria es frágil y como decía no se que sabio de la antigua Grecia, la memoria es como ese viejo rollo de pergamino escrito que de tanto en tanto ha de desenpolvarse y procurar que vea la luz, pues sino se pierde junto con el tiempo.
Ese legado es lo que nos convierte en lo que somos como sociedad, como personas: el saber estar del abuelo, la tolerancia innata de la madre, la tortilla de patatas del cuñado o el perpetuo buen humor del amigo. Creo que son legados tan o más importantes que los de Curie, Newton o Pascal, pues es lo que conforma el nivel ético y humano de una población, bien al contrario, cuando en una sociedad se hereda el odio o el miedo, ésta se corrompe cada vez más hasta rebajar la categoría moral de una sociedad. Es importante es entender lo que se hereda para así poder despreciar y no repetir los defectos: la avaricia de la abuela, el desdén hacia lo extraño del padre o el sexismo de un amigo.

Me quedo perplejo cuando leo que tras el terremoto de 1755 de Lisboa, dos grandes pensadores, Voltaire y Rosseau se enfrascaron en unas discusiones públicas sobre la existencia de un dios bueno que pudiera permitir esas desgracias; unas discusiones que cambiaron para siempre el pensamiento europeo, mientras que ahora, tras el desastre de Haití, un triste obispo español se dedica a relativizar y comparar judías con melones y otros le contestan con palabras de odio. Tal vez estemos perdiendo , o peor, heredando, una memoria colectiva que huele a podrido. Sigo pensando que la gente es buena por naturaleza y la reacción popular creo que se demuestra, pero también sigo pensando que cada vez estamos más desinformados y no entendemos nada...., peor aún, encuentro a faltar humanos de la altura intelectual capaces de rebatir las palabras del obispo de manera que lleguen de una manera profunda a nuestro intelecto y tal vez al suyo....
Cuando sucede un gran desastre como el de Haití, donde decenas de miles de humanos desaparecen en un instante, la conmoción es brutal: recuerdos, sabiduría de madres a hijos, cuentos y leyendas de abuelos que ya no podrán se recordados por nietos inexistentes, experiencias profesionales de padres que no podrán repetir los hijos. Si el dolor por su desaparición ya es tremendo, la llaga que perdurará entre la memoria de los vivos será siempre purulenta y viva.
Siempre quedará alguien, es el consuelo que puede venirle a uno a la mente, pero eso no siempre es cierto.
Leo como el Sr. Boa a muerto y pienso que este mundo ya no tiene solución.
¿Qué tiene que ver el Sr. Boa con Haití?. El Sr Boa era el último de una tribu de las diez tribus autóctonas que pueblan las islas Adnaman desde hace 65.000 años: con su muerte, el mundo ha perdido su idioma, una forma de entender la vida, una forma de contar cuentos, una historia.
El Sr. Boa pasó los últimos años en una especie de soñolienta tristeza, pues desde su viudedad, aunque parezca imposible, ya no le quedaba nadie con quien hablar, nadie lo entendía y nadie podía mantener una conversación con él.
Las tribus autóctonas de Adnaman han sido sistemáticamente diezmadas, esclavizadas y apartadas, por ingleses, tailandeses e hindús, a los que ahora pertenece el archipiélago situado a unos mil quilómetros de sus costas.
Durante el tsunami del 2006 los miembros de estas tribus no sufrieron ningún daño gracias a esa memoria colectiva, a esa transmisión de conocimientos, leyendas y cánticos que forman su cultura: supieron leer el mar, su casas son flotantes y desde tiempos lejanos habían podido conservar esa cultura que les guarecía de situaciones que pueden pasar cada cien años, pero esas diez tribus siguen sin estar preparadas ante el turismo masivo, la contaminación de sus mares y la expoliación de sus recursos.
El mundo no oirá nunca más la lengua Bo, una de las diez de estas islas, los jóvenes de las islas no sabrán como reaccionar ante un tifón, no sabrán donde vivir seguros; como en todo el mundo, poco a poco pero sin respiro, una nueva forma de memoria colectiva parece adueñarse de todo.

En Haití, donde las condiciones del mercado internacional y las subvenciones agrarias obligaron al hacinamiento en suburbios de la capital a miles de campesinos, (esto es demasiado extenso para explicar ahora), fue donde el terremoto causó el mayor mal: si por lo menos esas gentes hubieran podido construir sus barracas y casas con caña y madera como sus abuelos, el terremoto no hubiera causado ese desastre debido al derrumbe de piedra y adobe sobre sus cabezas, pero no sabían ni podían hacerlo, ya alguien se había ocupado de desforestar la isla para plantar azúcar: primero les robaron su manera de vivir, luego les robaron la memoria y ahora han perdido su futuro.

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