Lo que al principio pareció fruto de la ineptitud de unos gobernantes, lo que luego se fue desvelando como fruto de la miseria humana, del servilismo, de la codicia de unos pocos, aparece ahora como una nueva forma de guerra de clases, una guerra transversal que empieza a golpear a países que nunca pensaron que las desgracias y las miserias que veían en otros lejanos países pudieran ahora materializarse bajo nuestras narices.
Tres hechos aislados, casi anónimos entre las noticias macroeconómicas, entre probaturas políticas y discursos de economistas de postal, entre masivos despidos en grandes empresas, me indican, o así lo creo yo, que un nuevo-viejo sistema parece ganar la batalla por el control de los recursos y la población de este planeta.
Desde el principio de las sociedades, unos pocos han intentado beneficiarse y controlar a la mayoría.: Los espartanos tenían a sus ilotas, campesinos semi esclavos cuya única labor era procurar alimentos a la clase guerrera, la tan democrática Atenas, sólo consideraba como humanos de pleno derecho a los ciudadanos atenienses. El feudalismo europeo suele parecer romántico en las novelas de caballerías, pero la mayoría de la población vivía subyugada, mal alimentada y sin esperanzas, bajo el poder de unos pocos tiranos, nobleza, clases dirigentes...., cambian de nombre pero son los mismos.... con poder de vida y muerte sobre sus vasallos. Con la revolución industrial vinieron las grandes y nuevos millonarios que no dudaban en hacer trabajar a niños, ancianos y enfermos hasta el límite de sus fuerzas en aras de la producción y el beneficio. Durante siglos, Europa vivió de los beneficios que producían unas colonis en Africa, Asia o América, creando la mayor red mundial de esclavos, de trabajos forzados y expolios a países como nunca en la historia se dio. Más tarde, ese mismo primer mundo financió dictadores, sátrapas sin escrupulos que colocaban como marionetas a los mandos de países para mayor gloria de sus grandes multinacionales, A nadie le parecía importar el destino de unos humanos, con diferentes credos, colores y costumbres, mientras el primer mu ndo estuviera bien abastecido de materias primas baratas. La globalización también acaba con esas distinciones y ahora todos somos humanos de segunda. No es de extrañar que casi todas las guerras, todas, tengo un transfondo económico muy localizado y concreto, y si bien hubo revoluciones sociales y grandes logros en este último siglo en favor de la clase obrera, es fácil comprobar, revisando informes oficiales de la UNESCO, MSF, UNICEF, etc, que cada vez hay más gente en el planeta que dispone de menos recursos, menos oportunidades, menos agua, menos esperanza, en proporción a la de sus antepasados cien años atrás.
Loa tres hechos, sucedidos en Barcelona, me hacen pensar que esta guerra económica ha llegado a nuestras casas: son los mismos espartanos, los mismos señores feudales, los mismos industriales y esclavistas, los mismos constructores de pirámides, que creen que tenemos más de lo que merecemos, Llevan tres mil años pensando de esta manera, y si bien varían sus métodos, sus fines siguen siendo los mismos y si el ser humano nunca ha tenido empatía hacia el más desfavorecido, ¿Qué nos hace pensar que esos famosos mercados y corporaciones dirán basta mientras no estén obligados a hacerlo?
Primer hecho.Leído en el periódico, sucedió en el cementerio donde está mi familia, en el barrio de Sant Andreu no hace ni medio año. Un señor de más de 76 años fue con su hijo tetrapléjico al nicho donde está enterrada su mujer. Ahí mismo estrangula a su hijo y luego se suicida. En la carta hallada después, explica que la retirada de ayudas, la subida del alquiler...., ya pueden ustedes imaginar el drama terrible, me atrevo añadir que la sensación de desamparo, la ausencia de un gobierno o una socidad justa que se ocupe de los más frágiles, el saberse ignorado por el conjunto de todos, le llevaron a una decisión dolorosa, trágica.
Segundo hecho. Me encuentro en la farmacia del barrio, en plena sagrada familia, delante de mí, un abuelo le pregunta a la farmacéutica, mostrándole la calderilla en la palma de su mano, que de cuales medicamentos puede prescindir. Tiene su punto de orgullo y no pide, prefiere sacrificar su salud que incumplir unas leyes absurdas que penalizan al más desfavorecido, o degradarse, a su edad, a tener que recurrir a la caridad. Los que hacemos cola, y es algo que me alegra narrar, los tres seres humanos que lo oímos, insistimos en pagar ese pequeña diferencia para que el abuelo se lleve las medicinas. El euro por receta...., ¿En qué coño estaban pensando estos políticos serviles comemierdas?
Tercer hecho. Son las nueve y media de la noche y desde el balcón de casa sigo una pequeña discusión en la calle. Una mujer con tres pequeños, dos jóvenes y tres magrebís se ponen de acuerdo para buscar en los contenedores de comida caducada o inservible que tiran del Condis de delante cada día al cerrar.
Todos sabemos de casos, todos tenemos víctimas que no muestran su sufrimiento en publico, tan cerca, víctimas provocadas por unos gobiernos y unos mercados que ni conocemos ni nos conocen. Víctimas que dejan de importar cuando no son productivos. Los que vemos ahora son los primeros, los más frágiles y desamparados, pero si no tomamos consciencia de la crueldad de quienes nos gobiernan, que nadie se extrañe cuando pase de espectador a víctima.
Creo que es el momento de una nueva revolución social, una nueva forma de entender nuestro entorno, nuestras necesidades. Entender que desde la individualidad se puede combatir en conjunto. Ser más solidarios y empáticos que nunca. Actuar, rebelarse, hacer crecer nuestras esperanzas y sueños
27/9/12
Rumores de guerra
30/5/12
Carta al rey.....
La primera vez que ví un elefante de verdad fue en 1998, hasta ese día los había visto en el zoo, en circos, en películas y documentales. De esa distancia sólo podía ver un animal grande y feo, ruidoso, sucio y triste. suele pasar con los animales salvajes que están enjaulados o viven en hábitats ajenos a su naturaleza. Les puedo asegurar que todo ello se borró en apenas siete segundos.
Un grupo de seis mochileros nos pusimos de acuerdo en ChiangKok, un pueblecito al norte de Thailandia, justo al borde del río Mekong, que se usa o usaba para entrar en Laos, para entrar en laos, hacer un trayecto que desaconsejaban todas las guías y platarnos en LuangPrabang, la joya del Mekong. Una vez superados los trámites de visados y papeleo, cruzamos al pueblo gemelo, en la orilla opuesta del río, no recuerdo ya el nombre y entramos de forma oficial en Laos, el país de los 10.000 elefantes. Nos dirigíamos a LuangPrabang, y para ello debíamos instalarmos en un 4X4 junto con algunos nativos y atravesar por una pista de tierra los 185Km que nos separaban de Luang. El trayecto, entonces, era de una 16horas, ir a paso de tortuga, pararte cien mil veces a sacar el auto del barro, de ríos, apartar troncos caídos o pararnos a dejar y recojer a indígenas que, colgados de las barras antivuelco usaban el coche a manera de autobús. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, ni creo que vea, una selva tan espectacular, verde y hermosa: una selva donde apenas podías vislumbrar nada a 20 metros fuera de la pista de frondosa y densa que era o es, la reserva natural del NamTha y NamPha.
A medio camino, y sin motivo aparente, el conductor frenó en seco y se giró hacia nosotros indicándonos que calláramos. Los ojos de pánico que puso para decirnos en su rudimentario inglés que estuviéramos en silencio y muy muy quietos, nos convencieron de inmediato para obedecer. Lo primero que pensé fue en un tigre, y de inmediato noté como se aceleraban mis pulsaciones, pues esta es una de las zonas por las que ronda en libertad. Después pensé en bandidos, o en guerrillas maoístas que también pululan por la zona. Todo en apenas tres o cuatro segundos, pensando en que hacer, ni me atrevía a sacar la cámara mientras mi cerebro iba a mil por hora. De repente la selva se abrió, literalmente se abrió: donde antes sólo había plantas y arbustos enmarcados en unos tonos grises que se aclaraban cuanto más al cielo mirabas y se oscurecían cuando más en la inmensidad de la selva profundizabas..., les juro que la selva se abrió, y cuando lo recuerdo aún me estremezco de felicidad.
Una cabeza de elefante, enorme, gris oscuro, una gran trompa, unas enormes orejas, todo ello surgió de la selva sin apenas hacer el mínimo ruido, parecíamos un coche de juguete con sus muñecos, ahí a su lado. Rodeó el lateral izquierdo del auto, se puso delante y dejó que pasara la cría que iba con ella, un mini-elefante del tamaño de un caballo gordo que cruzó la pista al trote. La madre nos echó una última mirada rápida, serena, fugaz, y sin apenas habernos dejado tiempo para exhalar el aire, se sumergió de nuevo en la selva y desapareció por completo dejando como único vestigio de su paso unas ramas contoneándose.
Ni los olimos, ni los escuchamos ni apenas pudimos saborearlo. El conductor nos indicaba con gestos que siguiéramos en silencio un rato y durante ese minuto estuve deseando salir y correr tras ella, gritar a mis compañeros de felicidad loca, sabíendo que difícilmente volvería a ver algo igual. Un elefante en su estado natural, no en reservas, ni circos, ni zoos, ni zonas controladas. Un elefante que si hubiera querido o hubiera tenido un mal día, nos podría haber echo papilla en segundos.
Siempre me he sentido afortunado con ese recuerdo fugaz y cuando tengo malos días recreo ese viaje a través de esa selva y vuelvo a pensar que el mundo junto con todos sus animales es un invento absolutamente extraordinario e increíble.
El segundo elefante de verdad, con el que tuve una relación, fue Ganesha, una elefanta del templo de Humpi, al sur de la India. Su dueño Hammal y ella tenían una relación que no difería en nada a la relación que pueda tener alguien con su perro. Es cierto, ya no era un elefante "de verdad", pero me maravilló el grandioso poder y fuerza rodeado de una ternura infinita en cada uno de sus movimientos. Ganesha golpeaba con la cabeza la casa de su dueño, apenas unos leves toques con la frente pero que hacían temblar la casona de adobe y ladrillo, y Hammal, su amigo, salía y se ponía a acariciarla mientras le frotaba la oreja. Le hablaba, le pasaba un maní y la elefanta parecía contenta y daba pequeños golpes con la trompa en la cabeza de su amigo. Me acerqué con cuidado y cuendo el dueño me vio, me dijo que tranquilo, que viniera. La elefanta me olió de arriba a abajo, me quitó el tabaco del bolsillo con extrema delicadeza y se lo zampó escupiendo luego el envoltorio, se dejó acariciar, y durante tres días, cada atardecer me acercaba a la casa de Ganesha y Hammal para hacer el té y disfrutar de su compañía. Es increíble el estar al lado de un animal tan poderoso y sentirte como en compañía de un niño sin darme cuenta que el niño era yo. Ganesha procuraba no pisarte, nos trataba siempre con la fuerza calculada para que apenas pudieras notar sus avisos con la trompa pidiendo más caricias, más cepillados o más fruta.
Todo el mundo sabe con que se divierte el rey y sus amigos, matando seres maravillosos, espectaculares y únicos, seres que en unas décadas serán míticos, pues ya no existirán, asesinados en cotos cerrados, (por qué mierda le llamarán cazar a esto?), esclavizados y humillados en circos y espectáculos por una supuesta raza superior... aqué me suena eso.
hace mucho que no voy al zoo, nunche pagado ni pagaré para asistir a espectáculos en los que se utilizan animales, y por supuesto, no tendría valor para matar o torturar a un ser vivo por diversión, algo propio de psicópatas y de gente sin recursos morales. Vacíos
Siento una verdadera lástima por el personaje incapaz de ver la belleza, de apreciar la perfección de la naturaleza, aunque pese siete toneladas y sea grande como una casa de tres pisos y necesite matar a un ser indefenso con tal de afirmar sus inseguridades....., pobre desgraciado.
30/1/12
País de cobardes.....
19/12/11
... Soluciones???
Reconforta ver la cantidad de gente que a pesar de la crisis sigue pensando que un mundo mejor es posible.
En el anterior escrito, un tanto pesimista, hacía sonar las alarmas ante la alarmante falta de solidaridad provocada por la famosa crisis. Es sólo miedo y desconocimiento: el miedo provoca incertidumbre y ante lo desconocido, nuestra mente crea el peor de los escenarios posibles y tendemos a volvermos mezquinos y egoístas. Es evidente que los políticos de nuestra era muestran una falta de ética por su trabajo, carecen de compasión por el más débil y ya no son más que burdas marionetas de los famosos mercados. Me pregunto de qué sirve ir a votar cuando las decisiones de los políticos están guiadas por los poderes reales de la sociedad. Grupos financieros, bancos y fondos de inversión deben decidir que hacer con las pensiones, con las ayudas sociales, son quienes deben velar por unos derechos adquiridos en base a una lucha que ahora parece olvidada. Sería de ilusos confiar en estos grupos para construir un mundo mejor y mucho más el creer que se nos tiene en cuenta para algo.
Es gracioso como los mercados imponen gobiernos de tecnócratas en pos de un mayor rendimiento económico dándonos a entender que esa gente en la que antes habíamos depositado nuestra confianza no eran más que una pandilla de ineptos, despilfarradores y corruptos. Puede que en muchos casos sea cierto, pero sigo negándome a creer que todos fueran así: mientras, estos presuntos tecnócratas nos quieren hacer creer que recortando toda prestación social y convirtiéndonos en mano de obra barata y callada será la solución a los problemas que ellos permitieron crecer. ¿Hasta cuando?
En vista de que el dinero es lo único que entienden, deberíamos empezar a usar sus propias armas. Creo que no vale la pena ir a votar cada cuatro años y limitarse a esperar que una gente que no conocemos de nada escriban nuestro futuro. Estoy convencido de que un euro es más poderoso que un voto cada cuatro años.
En realidad todo se reduce en ser conscientes en que invertimos nuestro dinero. Si a uno le molesta que desaparezcan los pequeños comercios y proliferen las grandes superficies, lo que debería pensar es que cada vez que va a comprar a una gran superficie, ayuda a cerrar un pequeño negocio, así que, yo mismo, si dejara de ir a comprar a seis tiendas diferentes, la verdulería de la calle Castillejos para comprar verdura, la carne en la carnicería de la calle Padilla, el pescado a la señora Chuti, el pan a la Joana, la comida del gato a la pequeña tienda de Manel, en la esquina, no tendría ningún derecho a quejarme de que el gobierno municipal no hace nada por conservar los pequeños negocios. Es cierto, pierdo mucho tiempo en ir de aquí allá, pero el día que abran otra gran superficie, y mi casa está rodeada, y cierren los pequeños comercios, no debería de extrañarme pues yo he colaborado con mi dinero. El dinero es un arma muy convincente y te proporciona una libertad de expresión que ahora es nula con el sistema democrático.
Nos entristece ver las imágenes de las hambrunas africanas, los bosques deforestados, la agonía del oso polar por culpa del deshielo, que las ciudades estén cada vez más contaminadas; son problemas que tiene una solución individual. Aunque parezca que tiramos piedras al mar, el saber que haces lo correcto y no lo fácil, te puede proporcionar el derecho a reclamar, pero si durante nuestras vidas nos aprovechamos de un sistema injusto para algunos y solo ejercemos el pataleo cuando nos rascan la oreja, me parece hipócrita y desleal para con un mismo enfadarse cuando antes te beneficiabas.
Informarse de lo que comemos, bebemos o vestimos, de cómo y en qué condiciones se ha fabricado tal o cual producto, ya no es solo un derecho, sino un deber que debemos ejercer a diario. Si una empresa no respeta los derechos de los trabajadores en tal o cual país a cambio de poder vender el producto más barato en Europa, es momento de dejar de comprar ese producto e informarnos más, pues tarde o temprano serán nuestros derechos los que se verán pisoteados para que otros puedan consumir sin freno. Que un banco tal o pascual embarga pisos sin rastro de compasión, por qué no sacar el dinero, por poco que sea, de ese banco e informarnos de que entidad tiene un trato más justo con sus clientes y hacerles merecedores de nuestra confianza. Que cierta cadena de electrodomésticos tiene en régimen de semi-esclavitud a sus empleados a cambio de unos precios muy muy baratos, pues prefiero pagar un poco más y recompensar a la empresa que cuida de sus empleados.
Parece que no somos conscientes del poder de nuestras pequeñas inversiones diarias, pero si Ellos solo se rigen por resultados económicos, es justo que quien tiene el dinero real, el pueblo, decida donde, como, y a quien, depositamos nuestro dinero, por poco que sea; total, más pequeño y ínfimo es esa papeleta inútil que introducimos en la urna una vez cada cuatro años.
Ser conscientes de nuestro dinero es una tarea más difícil y complicada que decidir a quien votamos. Requiere tomarse un tiempo para informarse, caminar un poco más en busca del comercio adecuado, andar en vez de coger el coche, reciclar en vez de tirar... y poco a poco, estoy convencido, tendríamos un planeta mejor, más limpio de alma y cuerpo.
24/11/11
.......... Harto
No es bueno escribir enfadado, por lo menos para mí: tal vez por ello lleve un tiempo alejado del blog, pero la actualidad, la sucesión de acontecimientos que parecen querer llevarse al infierno este mundo acomodado en el cual creíamos vivir me dejan fascinado y algo bloqueado.
Las pequeñas y grandes miserias de nuestro entorno se mezclan de una manera asfixiante con la realidad y la precaria situación en la que se encuentra nuestro planeta. Ya nadie parece tener tiempo para salvar al lince, proteger al rinoceronte o al tigre, o a los bosques que nos dan oxígeno, ya nadie parece preocuparse por el calentamiento global, que apenas quede el quince por ciento de las especies marinas que existían hace veinte años, o que unos millones de africanos mueran de hambre, de hambre, en el siglo XXI.
La crisis no sólo parece ser económica, sino ética. Se entrevé una alarmante falta de Humanidad, y la carestía económica de muchos es aprovechada por unos pocos para instalar el miedo, el egoísmo, la envidia y la usura entre nosotros.
Ya empiezo a estar harto de este país de fariseos, un país cainita y rencoroso donde solo parece importar el Yo por encima de todo. Pensábamos que todas las comodidades del primer mundo, ya sea el agua corriente potable, la sanidad pública, la educación gratuita y obligatoria, el aparente funcionamiento correcto de la justicia, el poder elegir o no a tus representantes políticos, los tendidos eléctricos para todos, el derecho a manifestarnos, la jubilación, el paro, las bajas laborales, la seguridad pública, etc, etc..., pensamos que nos lo merecemos porque sí. Sin dar nada a cambio, sin responsabilidad para con el estado que te lo proporciona, sin plantearnos si es justo que unos pocos millones de personas tengamos esos derechos mientras miles de millones de personas igual que nosotros llevan siglos muriendo por una diarrea por no tener agua potable, o a manos de dictadores que ayudamos a mantener desde nuestros sofás. Miles de millones de personas aún no saben lo que es una sanidad pública y gratuita, no saben los que es tener cierta justicia social, nunca han votado con total libertad, no tiene ni pajolera idea de lo que es la pensión por jubilación, ni las ayudas por familia numerosa, ni cobrar el paro cuando dejas de trabajar.... miles de millones de personas que son como nosotros, que respiran el mismo oxígeno que nosotros, que trabajan tanto a más duro que nosotros, y que solo ahora, desde que existe la televisión y la red, se dan cuenta de la tomadura de pelo a la que les han estado sometiendo sus gobernantes y sus países "aliados".
Es por ello que estoy harto de tanto quejica, de tanto llorón, de tanto agorero del miedo, de tanto "come-subvenciones". Harto de movimientos que no llevan a nada, de indignados que cuando las cosas les iban bien y el banco les ofrecía targetitas gratis, no veían razón alguna para quejarse por las injusticias sociales evidentes que nos rodeaban, a pesar de que el mundo, fuera de su urna de cristal, ya se estaba desmoronando. Tan solo hacía falta viajar un poco y darse cuenta de que personas muy válidas en aquel país u otro, tenían que vivir con el miedo a que cualquier día, por cualquier causa, ya sea un dictador inepto, unas malas cosechas por culpa de una sequía, un mosquito cabrón, una decisión de cualquier multinacional que implique asolar las tierras donde viven, podía borrar de un plumazo su mini estado de bienestar que trabajando duro, sin fiestas, sin domingos, ni santos patronos, ni puentes para descansar, había conseguido levantar.
Tan solo por una mera cuestión de equilibrio, era imposible que unos quinientos millones de personas vivieran a costa del resto de la humanidad. Hemos arrasado países, bosques, exterminado especies y provocado guerras atroces por querer conservar un supuesto estado del bienestar. Todos, porque todos queremos madera barata, minerales a precio de saldo, nos va muy bien que un chino esté en una fábrica siete días a la semana trabajando quince horas para hacer la ropa del zara por cuatro chavos, no nos importa una mierda que en determinados países "aliados", se utilicen esclavos como mano de obra, o que las mujeres no puedan descubrir sus rostros, o votar o conducir un auto, nada importa mientras el petróleo llegue baratito y con regularidad. Cuando una escucha que la deuda privada española es trece veces superior a la deuda estatal, es fácil llegar a la conclusión evidente de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y a pesar de la extrema ineptitud de nuestros gobernantes, no es de recibo exigir que sean esos mismos ineptos quienes deban solucionar nuestros problemas.
No es mi estilo ejercer de futurólogo, pero no hay que ser muy listo para saber que las "cosas" ya nunca volverán a ser como antes: aún veo políticos ejerciendo de trileros prometiendo pan y circo eterno. El mundo está cambiando a tal velocidad que los anquilosados culos europeos no tienen tiempo para reaccionar, con políticos del siglo XIX, con la cultura del esfuerzo enterrada y vilipendiada entre todos, y lo que es peor, culpando al de fuera cuando hemos sido nosotros los propagadores del virus de la supuesta abundancia, del todo vale. Una medicina que ahora se está empezando a aplicar entre nosotros. Los bancos, los políticos, los mercados, todos parecen tener la culpa menos nosotros mismos, pero seguimos permitiendo abusos al débil, encumbramos a fascinerosos, idolatramos a unos ineptos e incultos pero el mero hecho de salir en TV o jugar bien con una pelotita. El miedo se instala en la conciencia colectiva justo cuando es el momento de ser más valientes que nunca, más generosos, más justos, más honrados y empáticos de lo que nunca fuimos.
En el año 1994, el fondo de inversiones JPMorgan cualificó el valor del miedo mediante unas complejas fórmulas matemáticas. Ese mismo año se creó la famosa prima de riesgo para las deudas estatales y empezó a aplicarse con saña en países que querían liberalizarse, escapar del yugo occidental. El FMI se creó para poner en vereda a esos países "desagradecidos". Antes nos importaba poco, la sufrían países lejanos. Bien, ellos ya saben lo que es el miedo, parece justo que ahora conozcamos su fea cara nosotros, pero es eso, solo miedo....
La única manera de superar el miedo es el conocimiento.
En eso deberíamos aplicarnos ahora, a dejar de quejarnos y actuar. Tal vez tener presente las últimas palabras de Stefan Zweig escritas en sus memorias... en 1942.
-" Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caida, solo ese ha vivido de verdad"-
11/8/11
Hambre
11/7/11
Conmoción, empatía, 11 de julio....
14/3/11
otra de maestros.....
2/11/10
Tirando piedras....
Un anciano se despierta sobresaltado en plena madrugada, en esa hora incierta en que la muerte suele aparecer. Piensa en cuantas madrugadas más podrá ver y se deprime. Al cabo de unas horas, ese mismo anciano nota la presión de los pequeños dedos de su nieto en su mano y siente que la vida es bella y vale la pena vivirla. El anciano comprende que será él quien deje a la vida y no la vida quien le abandonará. Este pensamiento le consuela. Ese anciano, bien podría ser ese estafador de Madoff, el señor Hassib de Delhi, mi tío Pere y patriarca de la familia, o la señora Anna Mburano en una aldea del Congo.
La noticia surgió a primeros de agosto y es ahora cuando ya se saben todos los detalles. Los hechos se repetieron, digo repetieron, pues llevan sucediéndose desde hace unos trescientos años en la región de Kivu, Congo.
Estoy convencido de que la gente toleraría una forma de consumo responsable con tan sólo ponerse en la piel durante sesenta segundos, de las noventa y seis horas de terror y dolor, de humillación y desprecio, que sufrió la señora Mburano por culpa de un mineral que nunca llegará a consumir y ni sacar provecho de ello.
20/10/10
Inocencia....
3/9/10
Valor
sensibilidad.
(Del lat. sensibilĭtas, -ātis).
1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados.
2. f. Propensión natural del hombre o la mujer a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura.
3. f. Cualidad de las cosas sensibles.
4. f. Grado o medida de la eficacia de ciertos aparatos científicos, ópticos, etc.
5. f. Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas.
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