Reconforta ver la cantidad de gente que a pesar de la crisis sigue pensando que un mundo mejor es posible.
En el anterior escrito, un tanto pesimista, hacía sonar las alarmas ante la alarmante falta de solidaridad provocada por la famosa crisis. Es sólo miedo y desconocimiento: el miedo provoca incertidumbre y ante lo desconocido, nuestra mente crea el peor de los escenarios posibles y tendemos a volvermos mezquinos y egoístas. Es evidente que los políticos de nuestra era muestran una falta de ética por su trabajo, carecen de compasión por el más débil y ya no son más que burdas marionetas de los famosos mercados. Me pregunto de qué sirve ir a votar cuando las decisiones de los políticos están guiadas por los poderes reales de la sociedad. Grupos financieros, bancos y fondos de inversión deben decidir que hacer con las pensiones, con las ayudas sociales, son quienes deben velar por unos derechos adquiridos en base a una lucha que ahora parece olvidada. Sería de ilusos confiar en estos grupos para construir un mundo mejor y mucho más el creer que se nos tiene en cuenta para algo.
Es gracioso como los mercados imponen gobiernos de tecnócratas en pos de un mayor rendimiento económico dándonos a entender que esa gente en la que antes habíamos depositado nuestra confianza no eran más que una pandilla de ineptos, despilfarradores y corruptos. Puede que en muchos casos sea cierto, pero sigo negándome a creer que todos fueran así: mientras, estos presuntos tecnócratas nos quieren hacer creer que recortando toda prestación social y convirtiéndonos en mano de obra barata y callada será la solución a los problemas que ellos permitieron crecer. ¿Hasta cuando?
En vista de que el dinero es lo único que entienden, deberíamos empezar a usar sus propias armas. Creo que no vale la pena ir a votar cada cuatro años y limitarse a esperar que una gente que no conocemos de nada escriban nuestro futuro. Estoy convencido de que un euro es más poderoso que un voto cada cuatro años.
En realidad todo se reduce en ser conscientes en que invertimos nuestro dinero. Si a uno le molesta que desaparezcan los pequeños comercios y proliferen las grandes superficies, lo que debería pensar es que cada vez que va a comprar a una gran superficie, ayuda a cerrar un pequeño negocio, así que, yo mismo, si dejara de ir a comprar a seis tiendas diferentes, la verdulería de la calle Castillejos para comprar verdura, la carne en la carnicería de la calle Padilla, el pescado a la señora Chuti, el pan a la Joana, la comida del gato a la pequeña tienda de Manel, en la esquina, no tendría ningún derecho a quejarme de que el gobierno municipal no hace nada por conservar los pequeños negocios. Es cierto, pierdo mucho tiempo en ir de aquí allá, pero el día que abran otra gran superficie, y mi casa está rodeada, y cierren los pequeños comercios, no debería de extrañarme pues yo he colaborado con mi dinero. El dinero es un arma muy convincente y te proporciona una libertad de expresión que ahora es nula con el sistema democrático.
Nos entristece ver las imágenes de las hambrunas africanas, los bosques deforestados, la agonía del oso polar por culpa del deshielo, que las ciudades estén cada vez más contaminadas; son problemas que tiene una solución individual. Aunque parezca que tiramos piedras al mar, el saber que haces lo correcto y no lo fácil, te puede proporcionar el derecho a reclamar, pero si durante nuestras vidas nos aprovechamos de un sistema injusto para algunos y solo ejercemos el pataleo cuando nos rascan la oreja, me parece hipócrita y desleal para con un mismo enfadarse cuando antes te beneficiabas.
Informarse de lo que comemos, bebemos o vestimos, de cómo y en qué condiciones se ha fabricado tal o cual producto, ya no es solo un derecho, sino un deber que debemos ejercer a diario. Si una empresa no respeta los derechos de los trabajadores en tal o cual país a cambio de poder vender el producto más barato en Europa, es momento de dejar de comprar ese producto e informarnos más, pues tarde o temprano serán nuestros derechos los que se verán pisoteados para que otros puedan consumir sin freno. Que un banco tal o pascual embarga pisos sin rastro de compasión, por qué no sacar el dinero, por poco que sea, de ese banco e informarnos de que entidad tiene un trato más justo con sus clientes y hacerles merecedores de nuestra confianza. Que cierta cadena de electrodomésticos tiene en régimen de semi-esclavitud a sus empleados a cambio de unos precios muy muy baratos, pues prefiero pagar un poco más y recompensar a la empresa que cuida de sus empleados.
Parece que no somos conscientes del poder de nuestras pequeñas inversiones diarias, pero si Ellos solo se rigen por resultados económicos, es justo que quien tiene el dinero real, el pueblo, decida donde, como, y a quien, depositamos nuestro dinero, por poco que sea; total, más pequeño y ínfimo es esa papeleta inútil que introducimos en la urna una vez cada cuatro años.
Ser conscientes de nuestro dinero es una tarea más difícil y complicada que decidir a quien votamos. Requiere tomarse un tiempo para informarse, caminar un poco más en busca del comercio adecuado, andar en vez de coger el coche, reciclar en vez de tirar... y poco a poco, estoy convencido, tendríamos un planeta mejor, más limpio de alma y cuerpo.
19/12/11
... Soluciones???
24/11/11
.......... Harto
No es bueno escribir enfadado, por lo menos para mí: tal vez por ello lleve un tiempo alejado del blog, pero la actualidad, la sucesión de acontecimientos que parecen querer llevarse al infierno este mundo acomodado en el cual creíamos vivir me dejan fascinado y algo bloqueado.
Las pequeñas y grandes miserias de nuestro entorno se mezclan de una manera asfixiante con la realidad y la precaria situación en la que se encuentra nuestro planeta. Ya nadie parece tener tiempo para salvar al lince, proteger al rinoceronte o al tigre, o a los bosques que nos dan oxígeno, ya nadie parece preocuparse por el calentamiento global, que apenas quede el quince por ciento de las especies marinas que existían hace veinte años, o que unos millones de africanos mueran de hambre, de hambre, en el siglo XXI.
La crisis no sólo parece ser económica, sino ética. Se entrevé una alarmante falta de Humanidad, y la carestía económica de muchos es aprovechada por unos pocos para instalar el miedo, el egoísmo, la envidia y la usura entre nosotros.
Ya empiezo a estar harto de este país de fariseos, un país cainita y rencoroso donde solo parece importar el Yo por encima de todo. Pensábamos que todas las comodidades del primer mundo, ya sea el agua corriente potable, la sanidad pública, la educación gratuita y obligatoria, el aparente funcionamiento correcto de la justicia, el poder elegir o no a tus representantes políticos, los tendidos eléctricos para todos, el derecho a manifestarnos, la jubilación, el paro, las bajas laborales, la seguridad pública, etc, etc..., pensamos que nos lo merecemos porque sí. Sin dar nada a cambio, sin responsabilidad para con el estado que te lo proporciona, sin plantearnos si es justo que unos pocos millones de personas tengamos esos derechos mientras miles de millones de personas igual que nosotros llevan siglos muriendo por una diarrea por no tener agua potable, o a manos de dictadores que ayudamos a mantener desde nuestros sofás. Miles de millones de personas aún no saben lo que es una sanidad pública y gratuita, no saben los que es tener cierta justicia social, nunca han votado con total libertad, no tiene ni pajolera idea de lo que es la pensión por jubilación, ni las ayudas por familia numerosa, ni cobrar el paro cuando dejas de trabajar.... miles de millones de personas que son como nosotros, que respiran el mismo oxígeno que nosotros, que trabajan tanto a más duro que nosotros, y que solo ahora, desde que existe la televisión y la red, se dan cuenta de la tomadura de pelo a la que les han estado sometiendo sus gobernantes y sus países "aliados".
Es por ello que estoy harto de tanto quejica, de tanto llorón, de tanto agorero del miedo, de tanto "come-subvenciones". Harto de movimientos que no llevan a nada, de indignados que cuando las cosas les iban bien y el banco les ofrecía targetitas gratis, no veían razón alguna para quejarse por las injusticias sociales evidentes que nos rodeaban, a pesar de que el mundo, fuera de su urna de cristal, ya se estaba desmoronando. Tan solo hacía falta viajar un poco y darse cuenta de que personas muy válidas en aquel país u otro, tenían que vivir con el miedo a que cualquier día, por cualquier causa, ya sea un dictador inepto, unas malas cosechas por culpa de una sequía, un mosquito cabrón, una decisión de cualquier multinacional que implique asolar las tierras donde viven, podía borrar de un plumazo su mini estado de bienestar que trabajando duro, sin fiestas, sin domingos, ni santos patronos, ni puentes para descansar, había conseguido levantar.
Tan solo por una mera cuestión de equilibrio, era imposible que unos quinientos millones de personas vivieran a costa del resto de la humanidad. Hemos arrasado países, bosques, exterminado especies y provocado guerras atroces por querer conservar un supuesto estado del bienestar. Todos, porque todos queremos madera barata, minerales a precio de saldo, nos va muy bien que un chino esté en una fábrica siete días a la semana trabajando quince horas para hacer la ropa del zara por cuatro chavos, no nos importa una mierda que en determinados países "aliados", se utilicen esclavos como mano de obra, o que las mujeres no puedan descubrir sus rostros, o votar o conducir un auto, nada importa mientras el petróleo llegue baratito y con regularidad. Cuando una escucha que la deuda privada española es trece veces superior a la deuda estatal, es fácil llegar a la conclusión evidente de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y a pesar de la extrema ineptitud de nuestros gobernantes, no es de recibo exigir que sean esos mismos ineptos quienes deban solucionar nuestros problemas.
No es mi estilo ejercer de futurólogo, pero no hay que ser muy listo para saber que las "cosas" ya nunca volverán a ser como antes: aún veo políticos ejerciendo de trileros prometiendo pan y circo eterno. El mundo está cambiando a tal velocidad que los anquilosados culos europeos no tienen tiempo para reaccionar, con políticos del siglo XIX, con la cultura del esfuerzo enterrada y vilipendiada entre todos, y lo que es peor, culpando al de fuera cuando hemos sido nosotros los propagadores del virus de la supuesta abundancia, del todo vale. Una medicina que ahora se está empezando a aplicar entre nosotros. Los bancos, los políticos, los mercados, todos parecen tener la culpa menos nosotros mismos, pero seguimos permitiendo abusos al débil, encumbramos a fascinerosos, idolatramos a unos ineptos e incultos pero el mero hecho de salir en TV o jugar bien con una pelotita. El miedo se instala en la conciencia colectiva justo cuando es el momento de ser más valientes que nunca, más generosos, más justos, más honrados y empáticos de lo que nunca fuimos.
En el año 1994, el fondo de inversiones JPMorgan cualificó el valor del miedo mediante unas complejas fórmulas matemáticas. Ese mismo año se creó la famosa prima de riesgo para las deudas estatales y empezó a aplicarse con saña en países que querían liberalizarse, escapar del yugo occidental. El FMI se creó para poner en vereda a esos países "desagradecidos". Antes nos importaba poco, la sufrían países lejanos. Bien, ellos ya saben lo que es el miedo, parece justo que ahora conozcamos su fea cara nosotros, pero es eso, solo miedo....
La única manera de superar el miedo es el conocimiento.
En eso deberíamos aplicarnos ahora, a dejar de quejarnos y actuar. Tal vez tener presente las últimas palabras de Stefan Zweig escritas en sus memorias... en 1942.
-" Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caida, solo ese ha vivido de verdad"-
11/8/11
Hambre

11/7/11
Conmoción, empatía, 11 de julio....
14/3/11
otra de maestros.....


2/11/10
Tirando piedras....
Un anciano se despierta sobresaltado en plena madrugada, en esa hora incierta en que la muerte suele aparecer. Piensa en cuantas madrugadas más podrá ver y se deprime. Al cabo de unas horas, ese mismo anciano nota la presión de los pequeños dedos de su nieto en su mano y siente que la vida es bella y vale la pena vivirla. El anciano comprende que será él quien deje a la vida y no la vida quien le abandonará. Este pensamiento le consuela. Ese anciano, bien podría ser ese estafador de Madoff, el señor Hassib de Delhi, mi tío Pere y patriarca de la familia, o la señora Anna Mburano en una aldea del Congo.
La noticia surgió a primeros de agosto y es ahora cuando ya se saben todos los detalles. Los hechos se repetieron, digo repetieron, pues llevan sucediéndose desde hace unos trescientos años en la región de Kivu, Congo.
Estoy convencido de que la gente toleraría una forma de consumo responsable con tan sólo ponerse en la piel durante sesenta segundos, de las noventa y seis horas de terror y dolor, de humillación y desprecio, que sufrió la señora Mburano por culpa de un mineral que nunca llegará a consumir y ni sacar provecho de ello.
20/10/10
Inocencia....

3/9/10
Valor
sensibilidad.
(Del lat. sensibilĭtas, -ātis).
1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados.
2. f. Propensión natural del hombre o la mujer a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura.
3. f. Cualidad de las cosas sensibles.
4. f. Grado o medida de la eficacia de ciertos aparatos científicos, ópticos, etc.
5. f. Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas.
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30/7/10
Mangalore....tristezas

1/7/10
India, first day....

17/5/10
Aprendiendo....
Permitan una batallita, un pequeño momento de mi vida, que aunque pueda parecer o lo sea, una estupidez, cambió parte de mi manera de pensar...
.." Fue en mi segundo viaje a la India... ya saben ustedes; mochila, unas pocas rupias y mucho camino por delante. Me apasiona viajar en tren y la India ofrece la oportunidad de recorridos milquilométricos, con trenes antiguos y destinos sorprendentes. Este tren viajaba desde Mumbai hasta Mysore: decidí coger ese tren por culpa de Ruyard Kippling....Mysore. La ciudad de las especias y el incienso, del palacio del maharajá, de su Nandi gigante de piedra negra...
El trayecto dura unas 16 horas y como en todo tren de la India, uno tiene la oportunidad de conocer gente, admirar paisajes, intercambiar comida, aguantar a un niño sobre tus piernas mientras su padre duerme, acudir a los infames servicios, comer más, leer y responder a decenas de preguntas de todo tipo de gente. Los hindúes son dados a la charla y no dudan a la hora de empezar una conversación con un desconocido.
Mientras esperaba en la estación a que el tren empezara su marcha, me fijé en un viejo sanyasi,(un sadhu u hombre santo), sentado junto a un banco. Justo en ese momento, vi como el jefe de estación salió a atenderle y con la máxima deferencia lo acompañó al tren ayudándole a subir los altos escalones de entrada. Los seguí por pura curiosidad: el jefe de estación le ofreció un asiento junto a la ventana que el sanyasi rechazó, luego un asiento lejos de la ventana que también rechazó con una sonrisa, y como queriendo calmar al atribulado jefe de estación, el sanyasi optó por sentarse en la puerta del vagón, con sus delgadas piernas colgando hacia el exterior y mirando curioso a su alrededor. Todos los viajeros que pasaban cerca de él murmuraban algo y le saludaban poniéndose las manos casi por encima de la frente, señal de gran respeto. El tipo era impresionante la verdad: debía superar el metro ochenta, de unos sesenta largos o setenta años, mirada afilada y piel curtida por el sol hindú. Fibrado, en sus brazos y piernas estaban dibujados con ceniza blanca sus propios huesos. Tres rayas blancas horizontales y un tika amarillo coronaban su mirada. Iba ataviado con una túnica naranja y un gran pañuelo del mismo color a modo de turbante. Una escudilla plateada donde servirse la comida, un largo y nudoso bastón coronado con un tridente y una pequeña bolsa de tela roja colgada al hombro: esas parecían sus únicas pertenencias. El jefe de estación se retiró y yo me quedé pensando si debía sacar la cámara o no, y por un momento nuestras miradas se cruzaron. Bajé la mirada ante esos ojos dulces y de mirada penetrante que parecía mirar directamente en mi interior y busqué mi silla, avergonzado, en el vagón.
Habían pasado unas dos horas de trayecto cuando el sanyasi apareció en el umbral del vagón y dirigiéndose hacia mi me preguntó que hora era por favor, sorprendido de que se dirigiera hacia el único occidental del vagón, miré rápido mi reloj y contesté. Sonrió, una enorme y perfecta blanca dentadura y rebuscó en su bolsa hasta sacar un viejo reloj al que procedió a poner en hora, dándome las gracias, desapareció por donde había venido. La familia que compartía asiento conmigo me dijo que era un tipo afortunado y siguieron comiendo. Me quedé sentado preguntándome porqué sería afortunado y haciendo todo tipo de cábalas acerca del extraño personaje. No había pasado ni una hora, puedo dar fe, cuando el sanyasi entró de nuevo en el vagón y sonriendo me preguntó de nuevo la hora. Les juro a ustedes que llegué a pensar en una confabulación hindú, en cámaras ocultas en el otro extremo del mundo..., pero la sonrisa era tan pura y su educación tan extrema que no dudé en responder. Buscó de nuevo el reloj y repitió la operación. La familia sonreía y yo no sabía como tomarlo, al ver mis dudas me repetían que era un tipo afortunado, que no me preocupara.
Mi curiosidad ya no podía más y cargando con un par de plátanos y unas manzanas fui en busca del sanyasi: ahí estaba, sentado en la puerta del vagón, mirando como los árboles se sucedían uno tras otro a toda velocidad. Balanceaba los pies como un niño contento. Reuní el valor que me quedaba, no tenía ni idea de como reaccionaría, si un occidental puede molestar a un sadhu, si estaba rezando, si sería una falta de respeto... y le ofrecí una pieza de fruta. Sonrió y me dijo que no, viendo mi turbación me pidió por favor que la compartiera con él. Partí la manzana y empezamos a comer en silencio. Al rato, le pregunté a donde se dirigía y en perfecto inglés me hizo un pequeño resumen de sus últimos años, de su presente y de su futuro.
Me dijo que llevaba siete años en las montañas y que al darse cuenta de que llegaba su hora se había puesto en camino para visitar por última vez las ciudades santas del hinduísmo: Mathura, Puri, Haridwar, Rameswaran, Gaya, Ayodhya, Kanchi, Kedarnat, Ujjain, Karnakhaya y, haciendo una pausa y sonriendo feliz... Benarés.... ahí moriré. En posteriores viajes comprobé cuan cierta era esa afirmación, hasta donde pueden llegar los verdaderos sanyasis y su altísimo poder mental, pero en ese momento, me pareció una temeridad por parte del santo oírle afirmar de forma tan categórica su futuro. Escuchó con tolerancia mi pobre y sencilla historia que al momento, gracias a su interés y acertadas preguntas, la verdad, parecía otra..., en fin. Comimos felices siendo pasto de las miradas curiosas del resto del vagón que de tanto en tanto salían a observar al curioso occidental sentado junto al santón.
Sólo cuando me despedía fue cuando me acordé de la pregunta inicial. ¿Qué pasa con eso de pedir la hora para un reloj que no funciona?. El sanyasi me explicó que el reloj llevaba roto más de quince años y era divertido llevar la hora de los demás. Una pequeña broma a un occidental, una pequeña prueba, me dijo también: en este mundo donde nadie parece querer dar nada si no es a cambio de algo, el sanyasi me ofrecía la oportunidad de dar algo sin miedo a desprenderme de ello y así limpiar mi karma. Vaya, una especie de favor.
Con el tiempo me doy cuenta de que estuve hablando con un hombre sabio, sus palabras cada vez han tenido más sentido conforme me ido formando como persona. Somos lo que somos capaces de dar. Si regalas educación, tu imagen será la de un tipo educado y serás tratado como tal. Si das rabia y odio, te conviertes en un tipo odiado y enfadado...., si ofreces respeto, no deberás pasarte la vida pidiendo... y así con todo. Me doy cuenta de que consigo más con una sonrisa que con cien explicaciones. El sanyasi me dio la oportunidad de tener un rasero por el que medir y así darme cuenta de que también estoy rodeado de gente sabia, buena e inteligente, que ofrecen su ejemplo vital de manera altruísta.
Vivimos en una sociedad donde las frases hechas; "tanto tienes, tanto vales", o "porque yo lo valgo", sean dogmas de fe, un lugar donde tan sólo esperamos recibir y poseer sin pensar en dar, y así, no es de extrañar el caos y la confusión moral que parece haberse instalado en nosotros cuando el Miedo aparece asomando por la esquina.
PD: Dedicado a Rosa Mari, gracias por empujarme a escribir de nuevo...
17/3/10
A Don Miguel
Y se murió tal y como había vivido: sin estridencias, ni pompas; con discreción, silencio y rodeado de quienes le amaban: que eso ya es mucho pedir en un país donde los suicidios anticipados son carnaza para la televisión y los cadáveres de según quien son vendidos al mejor postor para regocijo público. Me da una vergüenza enorme escribir algo acerca del maestro Delibes, y nada puedo decir de él que no esté dicho ya, pero puedo contar lo que supuso su descubrimiento por parte de un lector novel.
Un hombre del pueblo, al que sólo vi una vez en televisión, extraño parece, cuando hasta personas sensatas se descuelgan diciendo que si no sales en TV no eres nadie, (por lo tanto deben creer que cuanto más apareces, da igual haciendo el qué, mas eres). Un hombre, que a pesar de su inmensa sabiduría, no participaba en esas peleas de gallos en celo que llaman ahora debates, donde nadie escucha y lo importante es decir lo que sea, pero más alto que el otro, con más malos modos, y si es sin educación, prima doble. Un hombre que se dedicó "tan sólo" a escribir.
Se ha ido un hombre que me enseñó cientos de palabras nuevas, y mucho más; una manera sensata, hermosa y correcta de ordenar esas palabras, dándole una nueva dimensión a mis primeras lecturas hasta convertirse en un autor de referencia, para mí, del pasado siglo en España, un país que por cada genio que alumbra, defeca cientos de miserables.
Como era poco dado a entrevistas y a publicitarse, los que lo amamos debimos conformarnos con entrever parte de su ser en sus personajes, y de éstos, sin duda, me quedo con Pacífico: amante de la naturaleza e impertérrito espectador del odio que es capaz de generar el ser humano.
Mi deuda con Don Miguel viene de lejos; recuerdo el día en que mi madre me recomendó dejar ya las lecturas de adolescente y atreverme con algo más serio. Recuerdo la desilusión enorme al pensar en los estúpido que debía ser por no gustarme, ni poder entender, a Pío Baroja, Camilo José Cela, Unamuno, Faulkner, Conrad..., hasta que llegó a mis manos, ya casi desesperado y decidido a no leer nunca más, ya se sabe la vehemencia con la que nos tomamos la vida a los 17 años, un ejemplar de El príncipe destronado. "Una novela de niños, lo que faltaba", pensé. No sólo fue el poder entender lo que ahí se narraba: sin con Los hijos del capitán Grant, Los viajes de Gulliver o Kim de la india, los autores habían conseguido llevarme sin esfuerzo a todos los confines de la Tierra y vivir mil aventuras, con Don Miguel aprendí a viajar al interior del alma humana, a entender que se cuece en ese caldero que llamamos corazón. Entender a Don Miguel, y gustarme, representó el empujón definitivo a perder el miedo, que no el respeto, a otros autores, aprender que no debía ir muy lejos para experimentar con escritores y poetas superlativos, pues todos los tenía al alcance de mi mano; a respetar cualquier libro que lleve editándose más allá de la desaparición de su autor, algunos incluso tras más de tres mil años, a aprender la diferencia entre un best-seller, un libro que debe gustar a todos, al verdadero libro: ese conjunto de palabras donde el escritor pone parte de su alma y su saber, que puede gustarte o no, entenderlo o no, (hay libros para todas las edades), pero que consiguen, algunos, formar parte de tu vida de una manera perpetua.
Al recuperar este artículo escrito por Don Miguel en 1962 acerca de los funerales, pretendo nada más acercaros un breve boceto de este personaje y animar al personal a leer...., leer, aunque cuesto entenderlo a la primera, o a la segunda. Hacer como poco, un parte del esfuerzo que el escritor tuvo que hacer para elaborarlo, enriquecerse....
Hoy sólo quiero ocuparme de los entierros: de los entierros a la Federica, con carrozas barrocas, caballos empenachados y aurigas con peluca, que es como se hacen los entierros en mi pueblo. Uno está, más bien, contra los formalismos falaces. Uno aboga, en suma, por los entierros sencillos, minoritarios, donde el que vaya, vaya por sentimiento y no por educación. Tal vez así se evitaría que en los entierros se hablara tanto de fútbol y que, a la hora de partir, el difunto se encontrara solo por aquello de que los muertos son los únicos hombres puntuales del país
Tal vez fuera una coincidencia que unos versos del maestro Quevedo se asomaran entre mi tristeza a la hora de despedir a mi madre hace años en esa incineradora horrible de Montjuic: los mismos versos que de alguna manera me ayudaron a confortar mi penita, fueron recitados en su responso, y yo, tonto de mí, pienso que nada es casual.
Buen viaje Don Miguel.
"...serán ceniza, más tendrán sentido;
polvo serán, más polvo enamorado.
3/3/10
A un merluzo.....
Nos dejamos llevar por las apariencias, al menos eso parece viendo como nos tratamos en esta tierra donde es más importante el dinero que tienes o el tamaño del cocodrilo en la pechera. Y ésto en el mejor de los casos: desaparecidos para siempre, gracias a televisió, maestros y periodistas; los términos usted, por favor, o buenos días, son reemplazados po gruñidos o el típico eh!, tú, vale o silencios maleducados, que a uno, que de por sí es de carácter pacífico, le entran ganas de volver a Guatemala donde hasta para atracarte a punta de pistola te tratan con respeto y educación. "Buenos días tenga usted licenciado, ahorita mismo, si es tan amable, me regala su plata, por favor. Muchas gracias y vaya con Dios".
Me enseñaron que cada uno debe trabajar y que hay trabajo para todos y de todos los colores. Que alguien debe hacerlos, y que mientras éstos se hagan con respeto y dedicación, todos, absolutamente todos los trabajos merecen la misma consideación: desde el minero al doctor, del barrendero a la ama de casa, pasando por abogados y traficantes de droga.
Tengo un trabajo sencillo, creo que si dedicara el tiempo suficiente, podría amaestrar a un mandril para que lo realizara por mí; sería curioso ver un mono cabreado, de culo rosado y grandes colmillos, yendo de aquí para allá en una moto...., tal vez esa idea ya la tiene algún afamado empresario. Pues estaba en lo mío y fui a parar de morros con un tipo que me hizo recordar que el planeta es un lugar maravilloso poblado de gente buena, así que le estoy agradecido por subirme la moral y a él van dedicadas estas letras.
El tipo seguro que tiene varios master de todo y más, su sueldo debe cuatruplicar el mío y como no lo conozco a fondo, debo de suponer de él que es buena persona y amante de los animales y todo eso. Se dirigió a mí al verme pasar frente a su despacho, no le pido que me hable de usted pues tan sólo debo tener diez años más que él, pero tampoco es mi amigo. -"Oye tú, espera un momento que tengo de darte una cosa". Obviando el tuteo, me dolió más el de, que el tú. Debería hablar bien cuando alza la voz, por lo menos. Acto seguido empezó a explicarme una gestión, (un registro público), con pelos y señales. Fue ahí donde mi mente empezó a viajar; tan sólo mi mirada puesta en sus labios me indicaba que ese merluzo me seguía hablando.
Viajé a Belihya, un pueblecito en el Terai nepalí y recordé a Jaume, Mikka y Hans, y de como me alegró recibir un correo de la parejita holandesa hace pocos días recordándome, medio en broma, medio en serio, que hace un año les serví de guía durante una noche a través de 17 quilómetros interminables: realizados a pie y de noche, durante las huelgas, piquetes y consecuentes revueltas que casi incendian el valle del Terai la primavera pasada. Pueden ustedes imaginarse el espectáculo: primero una huelga general que paraliza el tráfico de camiones con India, el ejército viene a solucionar el dislate, la cosa se calienta y más sabiendo que hace apenas dos años este país sufría una guerra civil. Alguien que dispara al aire y casualidades de la vida, esa bala acaba en el pecho de un chaval. La gente se cabrea de veras. La gente coje palos, machetes y piedras y se planta. Esta carretera es mía. Unos treinta turistas se quedan bloqueados. Tras algunas negociaciones, unos cuantos grupos se buscan la vida por su cuenta. El grupo nuestro son los referidos y un servidor, que, tras ser dejados de la mano de Siva por un conductor cobarde o precavido en medio de la carretera, tras pactar con él cruzar los piquetes, se preguntan que hacemos ahora, en medio de una carretera desconocida a las dos de la madrugada. Y ahí te quedas que yo me voy a mi casita debió decir el pájaro al aparcar el coche en el arcén y salir por pies tras devolvernos parte del dinero.
Todos teníamos alguna razón, más o menos peregrina por estar ahí: la pareja de holandeses en viaje de novios hacia Katmandú, Jaume, un chaval en su primer viaje( esa fue la razón por la que me cayeron bien desde el principio.), y un servidor maldiciendo la promesa hecha a la familia Thapa de volver a verlos a la que me acercara a trescientos kilómetros de Nepal. No sé porqué confiaron en mí si yo tenía tanto miedo como ellos, la verdad...
Esa noche fuimos obligados espectadores de un linchamiento y sentimos juntos la vergüenza y el miedo que nos atenazaron, mientras medio centenar de salvajes apaleaban a dos hombres. De como el instinto de permanecer juntos y a pie y no subir en los sospechosos mini coches que se ofrecían a llevarnos nos salvó de una somanta de palos o de alguna pedrada traicionera, cosa que tres turistas francesas no pudieron evitar. Esa noche pude sentir la mirada de Hans temiendo por lo que en este momento más ama, repitiéndome, "are you sure? No, Hans, no lo estaba.
Esa noche tuvimos, tuvieron, tuve, la inmensa suerte de que fui reconocido en medio de la noche por un dúo calavera con el que había entramado alguna amistad el año pasado, habíamos compartido un silum en la azotea del hostal y muchas tazas de chai. Ellos estaban entre la multitud que aplaudía el linchamiento, cierto, y cuando me vieron entre el ajetreo se acercaron a mi: no te acuerdas?, el año pasado, muchas risas y luna llena?, Claro que me acordaba. Me preguntaron si estaba loco por ir de noche con la que hay montada. No hagas fotos me dijeron y todo irá bien: ya no permitieron que acabáramos solos el recorrido. Nos guiaron por las callejuelas del pueblo y hasta que no encontraron un hostal conocido por ellos que nos abrió la puerta a disgusto, no se separaron de nosotros.
Are you sure? me preguntaba Hans cuando le dije que yo me fiaba de estos dos tipos y no de otros, mal rayo me parta por olvidar sus nombres.
Pero si, la cosa funcionó. La gente es buena, la mayoría y no me costó mucho convencer a Hans y Mikka, y mucho menos a un alucinado Jaume al que su inglés de London School y su juventud le estaban jugando una mala pasada, de que en medio de ese caos, aun a riesgo de joderla, lo mejor era confiar en la breve amistad trazada un año antes en una noche de luna llena.
Los labios dejaron de moverse justo para oír sus últimas palabras, ..y luego te esperas a que lo registren y me lo devuelves, cuidado no lo pierdas, lo has entendido?
No, no entiendo porque supones que no sabré encontrar la delegación de Hacienda, no entiendo porqué no te molestas en saber el nombre de la gente, no entiendo porque no lees un poco más y aprendes a hablar mejor. No, no entiendo como presupones que sin tu aviso empezaré a descuidarme y perderé tu papel.
Los merluzos son los menos y eso es lo bonito de este planeta, por cada uno que me encuentro, me topo con cien personas educadas, que te preguntan como estás, que se interesan por la persona, que te recuerdan y te dan las gracias cuando tu ya lo habías olvidado. Tal vez ese trato, el de persona a persona, fue lo que nos ayudó esa noche en la carretera de Belihya, que no traté al vendedor de chais ni a su amigo con el desdé y la condescendencia con el que suelen tratar los turistas a los nativos que les inoportunan, sino que recuerdo que nos intercambiamos fotos de novias y familia, hablamos de tú a tú y que estuvimos largo rato mirando a una luna gorda y luminosa ajena a todas las nimierdades que nos acechan en cada esquina.
Gracias merluzo