2/3/09

Un dia cualquiera en Delhi...




Siento como que algo falla mientras paseo entre tiendas, perros flacos y vacas hastiadas de ser fotografiadas: la gente me parece mucho mas tranquila de lo que recuerdo y pienso durante un instante que esto esta cambiando demasiado, pero al instante, oigo los gritos, asperos y subidos de tono, de una turista a un comisionista diciéndole que no necesita nada ni nunca querrá nada, esas son sus palabras. Veo como sonríen las vendedores ante el ataque de nervios de la señora; algo habitual, y que a todos, en menor o mayor medida nos ha pasado. Nada ha cambiado y tal vez sea yo a quien ya no le molesta o no escucha las parrafadas interminables de los comisionistas.

Comisionistas, este es un trabajo difícil de ver a esta escala en Europa. El negocio funciona así en esta zona de tiendas para turistas: unos pocos poseen los locales, otros pocos se encargan de traer mercancía desde Cachemira, Punjab o Rajastan, otros pocos son vendedores, tienen un puesto fijo detrás del mostrador y deben tener un gran don de gentes, hablar idiomas, conocer al personal extranjero, tener una mente rápida... y el resto, siete de cada diez trabajadores, deben ganarse la vida con las comisiones.
El comisionista vive en la calle y se encarga de "guiar" al posible comprador hasta la tienda de turno. Su insistencia es legendaria digna de cuentos de las mil y una noches: palabras amables, sonrisas inquebrantables, nunca entienden un no por respuesta, siempre tiene una contrareplica adecuada para tus excusas, te sonríen, insisten. Así uno detrás de otro, todo el día. Si llegase a realizarse la venta, el comisionista se llevaría un uno por ciento, mas o menos. Si el comprador no quiere nada o el vendedor a tenido que ajustar mucho el precio, el comisionista no ganara nada.

Es un trabajo honrado, agotador, lleno de negativas, de gente que te ignora y te convierte en invisible, deben escuchar muchos comentarios despectivos, algunos gritos, soportando calor, polvo, lluvias y una competencia feroz y desleal por hacerse con su puesto, lo que les lleva mas de una vez a pelearse por una esquina o por un rostro pálido con cara de inocente.

Han de aprender rápido: el turista japones y coreano vale muchos puntos, el americano un poco menos, a los europeos se les debe diferenciar entre pobres y ricos, no deberán enviar israelitas a la tienda pues su comisión sera mínima pues es de sobras conocida la capacidad con la que negocian un precio. Al italiano y al español, europeos "pobres", saben que les interesa mas el hachís que la seda. Un buen comisionista debe saber tocar todo tipo de mercancías y no es extraño el tipo que trabaja para una tienda de ropa, para un camello y para una agencia de viajes. Todo representa una comisión. Muchas veces pueden llegar a ser una buena ayuda. Son graciosos y chapuerrean desde unas palabras en japones hasta el hebreo. Increíbles en verdad.


Ayer estuve en casa de Raj. La historia empieza por culpa de un regalo que quiero presentar a mi amigo Meshua baba, el gran sadhu de Tripura Temple en Benares, y al final me he decidido a llevarle un poco de hachís para que medite a su gusto. Raj va muy elegante por lo que deduzco que debe tener un estatus como comisionista, y tras oír mis negativas de rigor a piedras y telas, me pregunta si fumo. Le explico que no, pero que debo hacer un regalo a un sadhu: se ofrece encantado a solucionarlo. Me lleva hasta su casa pues esta mercancía es mejor no llevarla encima, y empezamos a regatear mientras sorbemos un chai caliente y dulce. Así que por mil INR tendré la oportunidad de conocer un hogar de un comisionista, escuchar su historia y tener un regalo para Meshua. Negocio bueno.

De camino me explica que vino desde Calcuta porque tuvo un enfrenamiento con su hermano, me dice que era un cabeza loca y decidió emigrar a la capital, ahora ya vuelve a tener relaciones y admite que fue un error de juventud, lo que le honra pues reconoce un error ante un extraño.

Raj y su esposa viven en unos bajos en el interior de Parganhj que no debe sobrepasar los ocho metros cuadrados: un rectángulo donde a la izquierda se halla un hogar, con los utensilios de cocina alineados con esmero, cuatro recipientes y un grifo de agua. Una parte central donde están los dos altares, el de Siva y la televisón, y una pulcra cama a la derecha del rectángulo. El aseo y las letrinas son comunitarias en el exterior. Raj trabaja de comisionista para una joyería, la tienda de seda donde me encontro y se apaña con el camello para revender algunos gramos de charas, el hachís que fuman los sadhus y la mayoría de fumetas cuando vienen a India. Con las tres comisiones, paga el pequeño hogar y mantiene a su esposa. Su esposa es muy agradable: una chica guapa, alta y con aspecto sano y pulcro como su marido: le pido permiso para entrar y me descalzo antes de pisar la vieja pero limpia alfombra que hay a los pies de la cama. Tomamos chai y Raj sirve la mitad del suyo a su esposa. Le digo que tiene una casa muy agradable y una esposa muy bella y veo como una brizna de orgullo asoma en su rostro, pero es verdad, en medio de pobredumbre, sin sistemas de alcantarillado, con nulas infraestructuras, los hindúes, muchos, se las apañan para vivir con una decencia envidiable.

Charlamos, le pregunto por si tendrán hijos y veo que ella se ruboriza, tal vez no debería haber hablado así delante de ella, me queda por aprender un buen trecho, pero Raj es amable, salva la situacion y me comenta que de momento no piensan mucho en ello, es joven y confía en encontrar un puesto fijo como vendedor en alguna de las tiendas de Parganhj: una vez tenga ese sueldo se planteara tener uno o dos niños.

Tomamos otro chai, dulce y caliente, hacemos la transacción pues ya se me había olvidado y cuando le digo cual es mi trabajo, me dice si quiero dar una vuelta con su moto. No me lo puedo creer y seguro que se me nota en la cara de niño iluminado que pongo, -" por supuesto, adoro las motos"-. Tiene la típica Honda de 150 HERO, bien cuidada, con siete años de antiguedad y para los que nunca hayan estado por aquí, bueno, conducir un rato entre vacas, ricks, carromatos y millones de coches y personas...., No se, no necesito hacer ninguna cosa que acabe en -ing

Que gozada ir con la moto, con Raj detrás, sin cascos, sin preocuparme de policias de trafico, Raj no parece tan confiado, pero me guia con suaves toques en el hombro: puedes pitar a todo el mundo sin que te manden a la mierda, te pitan, no existen las señálese ni las preferencias, si algo es mas grande y rápido que tu, pues le dejas pasar y punto. Asustar a peatones, esquivar perros famélico y conducir por la derecha, aunque esto es relativo.
Damos dos vueltas a la manzana y de verdad que no se como darle las gracias....
Puede que para muchos, Raj no sea mas que un camello, un busca vidas, un pesado o uno mas con bigote a los que no hacer caso cuando paseas tu pálido cuerpo por su país...., pero cada persona puede darte algo cuando menos lo esperas siempre que no desees nada de ella.

EL RESPETO POR LOS DEMÁS CONLLEVA
EL RECONOCIMIENTO DE NUESTRO VINCULO CON ELLOS.
ENTONCES LAS RELACIONES SE VUELVEN MAS FÁCILES
Y LA COMUNICACION FLUYE MEJOR.
Maestro Do-Do

1 comentario:

  1. OK Juan, casi convencidos. En el siguiente trip, si se puede, nos acercaremos a este mundo real-irreal que tanto te apasiona.
    Ana y carlos, con abrazos.

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