La cabeza de un servidor rebota cada cierto tiempo contra el marco metálico de la ventana del tren. Son golpes rítmicos, suaves, que te permiten tener un medio sueño. Esta saliendo el sol y un bandazo violento del tren hace que el ultimo rebote sea el definitivo. He llegado a Varanasi.
Nunca he sabido explicar porque me atrae esta ciudad: no profeso la fe hindú, no es una ciudad racional en cuanto a trafico, servicios, ( los apagones siguen siendo frecuentes), y la mayoría de veces es incomprensible en todo su conjunto.Cargado con la mochila por las estrechas callejuelas del casco antiguo, resbalo con la primera mierda de vaca que no he sabido esquivar; no pasa nada, me apoyo en su posible dueña. Un señor bufalo de grandes cuernos, negro pelaje e prominente joroba. La mano me queda impregnada de una sustancia húmeda y espesa. Husmeo con precaución temiéndome lo peor, pero un aroma a mantequilla dulce invade mis sentidos: acaban de untar al sagrado Nandi, de bendecirlo con gee. Su companyera, un poco mas allá, remueve bolsas de plástico buscando comida: va adornada con una guirnalda de flores que "El Bendecido" se acerca a devorar con placer. Un par de monos hacen restallar las uralitas de los tejados y cuando bajo la mirada para seguir caminando observo el pellejo reseco de dos cachorros de perro, la tipica raza indefinida que campa por la India, que no han podido sobrevivir a su primera prueba de vida y son devorados por las hormigas.
La ciudad de Shiva tiene su vida propia.
La ciudad de Shiva tiene su vida propia.
A mi alrededor se alinean tiendas desde donde se proyectan al exterior coloristas reflejos de seda, aromas de incienso, algún escupitajo de pann, brillos de espejuelos, piedras semi preciosas y miradas incisivas que atraen la atención del mas indiferente. Un shadu se cruza conmigo: ni me mira ocupado en recitar su mantra particular. Las tres grandes rayas blancas de Shiva cruzan su frente alineadas sobre el tikka rojo. La tenue luz del sol parece atraída por el brillante naranja de su túnica y por el rojo intenso del pañuelo y reverbera coloreando la calle a su alrededor: me fijo en la longitud de sus rastas enrolladas sobre la cabeza y anudadas con rudras, en el pequeño tridente que asoma en la punta del bastón, la escudilla plateada donde poner la comida, y el andar enérgico y decidido de quien tiene las cosas muy claras en la vida. Me vuelvo a distraer al pasar junto a la pastelería, una montaña de dulces me recuerda unos postres que nunca encuentro en Europa,... salivando, me alejo rápido de la tentación.
El camino sale solo, y la pensión a donde voy esta indica junto con otros cientos de establecimientos mediante colorista pintadas en todas las esquinas. Mss Fuji parece alegrarse de verme, nunca fue muy expresiva, pero esta señora me salvo de una buena y le debo mucho. Su hijo me enseña las fotos que le llegaron del año pasado, el cocinero nepalí se ríe pensando en las risas vespertinas en el tejado que pronto haremos. Yo estoy encantado de verlos. -"same room Jun?. El dueño del restaurante, el tío de Krish, me abraza con fuerza y pone a prueba mis frágiles huesos, mientras, escondido tras una cortina, veo al ya no tan pequeño Gopal incrédulo de lo que ven sus ojos. Ha crecido y acepta los regalos sin saber donde mirar: reparte con sus amigos. El chaval de los yogures sale de la tienda y viene hacia el grupo, apenas habla ingles, pero un grupo charlando es un grupo charlando y un buen hindú no puede desaprovechar la ocasión. Por fin aparece Krish y lo primero que me dice es que en Mayo sera padre, esta muy orgulloso. Me alegro, seguimos en contacto todo el año y me alegro de veras de volver a verlo.
Subo a la habitación y me distraigo mirando la manada de monas locas que jugando entre los tejados amenazan con dejar sin saris a la vecina. La mujer sale con la eternal vara y golpea la uralita, las monas son demasiado listas y saben, lo han aprendido durante generaciones, que un humano no les hará daño. Hanuman se respeta mucho en la India interior. Pronto aparecerán los primeros chavales, que aprovechando las corrientes cálidas de aire que se forman por la tarde, empezaran a hacer volar cometas llenando el cielo de color, mientras el resto de los mayores se preparan para la pooja nocturna que llenara la noche de Benares de luz y música.
Vuelvo a la calle y el maestro de yoga me muestra orgulloso el progreso de sus dos hijos. Un poco mas abajo me descalzo para visitar al sadhu de Tripura que me recuerda que le prometí un chaleco rojo, sobretodo rojo, pues el mio no lo acepta por verde. Nos entendemos por señas o nos traduce el "profe" de yoga. Me bendice, no entiendo nada de lo que dice, pero me siento mejor cuando su enorme mano se posa sobre mi cabeza. A la salida del templo un hombre da decenas de vueltas sobre si mismo cumpliendo el ritual; cuando empieza a andar sigue mareado, tropieza con una moto aparcada, la moto pierde el caballete y cae con estrépito despertando al barbero semi dormido y provocando el estallido de risas de la chiquilleria amontonada en la parada de chai. El hombre se gira enfurecido alzando el bastón pero solo encuentra tres perros indiferentes. Los chavales son rápidos en todos los lugares del planeta. Debo girarme para no ser el único crío pillado en falta.
No, ni yo me entiendo y no se explicar porque me apasiona esta ciudad.....Acordaros de aprovechar el camino paso a paso,
momento a momento, porque no hay ningún atajo.
Practica zen
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